Ejemplo paisa
Por: Gustavo Páez Escobar
Dos días duró cerrado en Medellín el Parque Comercial El Tesoro luego del atentado dinamitero que buscaba aniquilarlo. Los efectos del carro bomba, cuando se presentaba enorme congestión de público, causaron la muerte a una persona e hirieron a más de cincuenta, aparte de destruir 180 vehículos y 30 locales comerciales, con daños calculados en $ 2.000 millones. Esta acción criminal sólo pueden concebirla mentes desequilibradas.
En medio de la chatarra y los escombros, el alcalde de Medellín, Luis Pérez Gutiérrez, levantaba su voz adolorida para invitar a la población a luchar contra los terroristas: «No nos podemos dejar asustar. Nos tenemos que unir para rechazarlos». La respuesta fue inmediata: los 170 locales y los 2.800 empleados que conforman la fuerza material y humana del centro comercial le dijeron un no rotundo a la violencia y en dos días abrieron sus puertas.
Esta actitud valerosa demuestra los deseos de la raza paisa de no dejarse dominar por el miedo y seguir adelante. Medellín y Antioquia fueron lugares azotados por una de las peores épocas de terror de la historia colombiana, y todavía se recuerdan los días y noches tenebrosos, hace apenas diez años, en que el sicariato se adueñó de las calles y de la tranquilidad pública bajo el imperio de las balas y las explosiones de la dinamita.
Fue aquélla una época de absoluta intimidación ciudadana, donde la gente se recogía en sus viviendas al terminar la tarde y no se podía transitar de noche. Medellín, en horas nocturnas, parecía un fantasma, y lo digo porque lo viví. La masacre ciega de aquellos días se saciaba en cualquier transeúnte, y con mayor preferencia en los policías, sobre quienes se había ofrecido un precio para eliminarlos.
Ahora, con el atentado de El Tesoro, los habitantes han vuelto a rememorar aquella época de perplejidad y pánico. Han vuelto a escuchar el estallido de la dinamita y están dispuestos a no permitir el regreso de la barbarie. La locura y sevicia de los delincuentes buscan desestabilizar el país con toda clase de tropelías. ¿No es acaso diabólico el acto de pretender destruir, sin saber por qué, uno de los mejores centros comerciales de la ciudad, del que depende la subsistencia de numerosas familias?
Un aviso colocado en los periódicos es la mayor muestra de valor ciudadano y de sentimiento patriótico que recoge el clamor de toda la urbe: «Las hojas sólo caen en otoño y nosotros estamos en la ciudad de la eterna primavera. Los antioqueños llevamos en el corazón la esperanza de alcanzar la paz y ése es un tesoro que nadie nos puede quitar».
Edificante ejemplo para toda Colombia. No es sólo Medellín la que está bajo la mira de los asesinos: es el país entero. Aquí se perdió el sentido de la vida y se carece de protección para la actividad económica. El Estado es inoperante para garantizar la paz de los ciudadanos, y la ley para castigar el delito. La masacre cotidiana que se ha enseñoreado de vidas y bienes no permite un minuto de sosiego.
Ver los noticieros o leer los diarios es otra tortura. Todos se preguntan: ¿Hasta cuándo? La desesperanza es hoy el mayor signo perturbador del país. La gente no cree en las autoridades, porque los hechos no lo permiten.
Pero se presentan mensajes estimulantes como éste de los antioqueños, que hacen renacer la esperanza. Seguir adelante, como ellos, es no dejarse amedrentar, para encontrar algún día el tesoro de la paz.
El Espectador, Bogotá, 23-I-2001.