Inicio > Otro Género > Visión de Tuluá

Visión de Tuluá

viernes, 20 de enero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

El abogado y escritor Óscar Londoño Pineda ocupó la alcaldía de Tuluá en el año de 1959. Además, fue concejal y juez penal de la misma ciudad, lo mismo que representante a la Cámara y magistrado de los Tribunales Administrativos del Valle del Cauca y de Cundinamarca. Hoy, retirado de la actividad pública, está dedicado al oficio de escribir y es autor de nueve libros en los géneros del cuento, la novela, el ensayo y la poesía. El último, de reciente circulación, lo titula Tuluá, visión personal y en él le rinde homenaje a su patria chica, cuarenta años después de haber ejercido la alcaldía.

Las memorias sobre el solar nativo tienen mayor alcance cuando el autor ha regido sus destinos y es escritor. Es lo que sucede con Eduardo Caballero Calderón en relación con Tipacoque, pueblo inmortalizado en sus libros y del que fue su primer alcalde. En ambos casos, los escritores han rescatado estampas regionales que de otra forma hubieran quedado sepultadas en el olvido, y que el poder de la palabra permite salvar para recuerdo de las nuevas generaciones.

Londoño Pineda, fuera de la circunstancia de haber manejado los destinos municipales, ha sido un enamorado de su tierra y nunca se ha desentendido de ella a pesar de que otros compromisos lo llevaron a radicarse primero en Cali y ahora en Bogotá.

De procedencia antioqueña, su padre llegó al entonces pequeño pueblo del Valle del Cauca, donde sentó sus reales y vio crecer su linaje. Su hijo el escritor es hoy –al lado de otros profesionales de la palabra, como Gustavo Álvarez Gardeazábal, también exalcalde de Tuluá– ejecutor de páginas memorables sobre el proceso histórico de la población.

Las vivencias que Londoño Pineda recoge en su obra, aparte de entrar a enriquecer la historia local, tienen la virtud de haber sido elaboradas con cariño e inspiración poética. Páginas como la que titula «En aquella carrera veinticinco» (en mi concepto la mejor del libro) se convierten en testimonios fidedignos de la historia tulueña, captados con la lente del poeta y el historiador.

Allí cuenta la vida de Maturro, simpático y legendario personaje que vivió 150 años –la mayor edad longeva que se conoce en el país y acaso en el mundo– y que murió frente a la casa del escritor, para fortuna de ambos. Maturro, según palabras de Óscar, «era un hombre de paso lento, como que nunca tenía afán de llegar, entre otros motivos porque no tenía a qué, ni a dónde». Rodaba por el pueblo como una sombra fugitiva y silenciosa, sin hacerle mal a nadie, y con cierto aire de misterio y ultratumba que mantenía atemorizados a los niños. Era el ser más bueno del mundo, y esto vino a descubrirlo Óscar cuando ya el personaje había desaparecido de la carrera veinticinco.

Otro episodio destacable es la visita de Jorge Eliécer Gaitán a Tuluá, en su carácter de ministro de Educación. El futuro escritor era entonces un menudo estudiante de primaria, pero ya tenía la mente abierta para percibir el gesto humano del tribuno de multitudes que se deslizó en secreto hacia uno de los colegios de la ciudad para enterarse de la indolencia oficial con que se tramitaba la pensión de retiro de su rector, educador benemérito. Gaitán, de vuelta en Bogotá, hizo reconocer aquel justo derecho.

Sucesos íntimos como el narrado, que mide la dimensión de un hombre sensible que se preocupaba por el bien de la gente, se escapan por lo general de las grandes biografías y quedan perdidos en la amnesia de los pueblos. De ahí la importancia del libro de Óscar Londoño Pineda, que no sólo recrea sus emociones bajo el aliento de los recuerdos sino que contribuye a formar la historia.

Los aportes significativos a su tierra natal serán, sin duda, valorados allí en su justa medida. El sentido de permanencia a un sitio debe distinguirse y apreciarse no sólo por la presencia física del individuo, a veces tan lejana e insustancial que nadie la advierte, sino por la efectiva demostración de solidaridad y afecto, como lo hace Óscar con Tuluá. Las ciudades, como seres vivientes, viven del amor de sus hijos. «A la ciudad hay que amarla toda, dice Óscar, como deben ser todos los amores auténticos».

La Crónica del Quindío, Armenia, 7-IX-1999

 

Categories: Otro Género Tags:
Comentarios cerrados.