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Veeduría Ciudadana

jueves, 15 de diciembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

¿Funcionará la Veeduría Ciudadana para Bogotá? El veedor distrital dice que en enero entrante se pondrá en marcha un sistema mediante el cual la ciudadanía entrará a vigilar el desarrollo de las obras. Y agrega: «Se trata de que la gente se apropie de lo público, que rompa esa mirada indiferente y a veces cómplice de lo que sucede a su alrede­dor».

Esta idea optimista, si en ver­dad fuera operante, abriría caminos para el progreso de la ciudad. Lo que se pone en duda es la acogida y solución que tengan los reclamos de la co­munidad. En este momento hay muchas líneas abiertas pa­ra que el público haga sus re­clamos. Sin embargo, en la ma­yoría de los casos no hay res­puestas efectivas a los proble­mas que se plantean.

Conseguir desocupadas las líneas de atención al cliente –en el Acueducto, en la Em­presa de Energía, en el IDU, en la Empresa de Telecomunica­ciones, etcétera– es toda una odisea. Establecido el contacto, las veloces telefonistas acuden a la socorrida respuesta de que el caso queda en turno de so­lución. Solución que casi nun­ca llega, o llega con la conocida parsimonia oficial.

¿No se convertirá la Veeduría Ciudadana en otro elefante blanco de la burocracia? La in­tención es sana, pero de ahí a la realidad hay mucho trecho. La gente ya no tiene medios para defenderse, para hacerse oír, para que le den tono al teléfono, para que le instalen la luz, para que no le facturen de más. En suma, para que le restituyan sus derechos ciudadanos.

Vamos a vigilar entre to­dos, según el veedor distrital, la marcha de las obras públicas. Con el novedoso sis­tema que se ofrece, se evitarán las demoras y deficiencias de los contratistas, los despilfarros, la mediocre ejecución de los trabajos, los perjuicios para la comunidad…

Este columnista, desde mu­cho tiempo atrás, ha sido un veedor ciudadano –y resigna­do– de las fallas que ocurren en su entorno residencial. Más que por las páginas del perió­dico, se comunica a través de cartas a las autorida­des. En varios casos, bueno es reconocerlo, ha logrado ser atendido. En otros, tiene que emplear la paciencia del santo Job.

La siguiente situación, por lo peligrosa, representa un grave riesgo público. La prolongación de la avenida Ciudad de Quito (o avenida 30), a la altura de la calle 95 con avenida 19, dejó una imperfección en el diseño donde se bifurcan las vías. Tan­to a los ingenieros como al IDU he comentado, desde tiempo atrás, la amenaza que acarrea esta mala ejecución, a causa de la cual han ocurrido serios ac­cidentes de tránsito.

Los vecinos conocemos la falla y somos testigos de las manio­bras diarias que tienen que hacer los conductores para evitar los choques. Sin embar­go, nada se ha hecho. El último accidente aparatoso, ocurrido hace pocos días, fue entre cinco automóviles, con heridos y gra­ves destrozos de los vehículos. ¿Será necesario que haya muertos para corregir la irre­gularidad? Es preciso insistir en la pre­gunta inicial: ¿Sí funcionará la Veeduría Ciudadana?

El Espectador, Bogotá, 29-XII-1995.

 

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