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Palabras del retorno

jueves, 15 de diciembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Soatá, Ciudad del Dátil, tierra pintoresca y ol­vidada, se vistió de gracia, luces y regocijo en sus 450 años de vida. Es la capitana del Norte de Boyacá y una de las poblaciones más antiguas del país. Hijos agradecidos del terruño, asistimos  a la cita municipal para celebrar con efusión el magno suceso.

Me hubiera gustado, desde luego, encontrar terminada la carretera. Faltan 13 kilómetros para llegar a Soatá. La ausencia de maquinaria me indicó, una vez más, la desidia oficial, tan criticada por Eduardo Caballero Calderón, hacia esta obra que lleva un siglo de ejecución. Mejor, de inejecución. Los eternos kilómetros de la resignación.

En conversación con el senador Hernando Torres Barrera y el representante a la Cámara Víctor Manuel Buitrago Gómez, dos de los visitantes ilustres, me informaron que en el pre­puesto nacional de este año ya están incluidos 1.200 mi­llones de pesos para proseguir los trabajos, y se gestionarán otros 1.800 para el presu­puesto del 97.

La administración municipal le aportó al aniversario, entre otras obras, la pavimentación de calles y la construcción de un campo deportivo. En camino se encuentra la ley 13 de 1995, iniciativa del representante Buitrago Gómez que ya cuenta con ponencia fa­vorable del senador Enrique Gómez Hurtado.

El Gobernador, que llegó con las manos vacías, ofreció el im­pulso de algunos proyectos, co­mo la remodelación y amplia­ción del Hotel Turístico, obra que se ha hecho esperar por largos años. En fin, la efeméride ha sido propicia para incentivar el progreso local.

Con motivo de la condecora­ción conferida por la alcaldía a varios soatenses, pronuncié las siguientes palabras que que­dan como constancia de soli­daridad con mi pueblo:

La patria chica, que se define como un pequeño territorio geo­gráfico sobre el mapa de la patria, primero es un territorio sentimen­tal. Conforme se quiere a la madre que nos dio la vida, se quiere la tierra que nos vio nacer y nos alumbró las primeras sendas de la alegría y la esperanza.

Regresar a los lares nativos, co­mo lo hacemos quienes desde di­ferentes direcciones hemos venido a encontrarnos con la madre tierra en sus 450 años de vida, es lo mismo que encontrarnos con no­sotros mismos; de retornar al pasado y vislumbrar, entre mimos maternales y dátiles dorados, los destellos de la ilusión; de hacer un alto en el camino para mirar a ese horizonte adormecido –pero nun­ca opacado– de nuestro despertar jubiloso a la vida.

Estamos en Soatá, la pródiga, la gentil, la dama generosa, como en un albergue de la buena vida. Este feliz retorno nos tonifica el corazón y nos hace lanzar la vista hacia el futuro de una población que desde ya inicia la jornada de sus 500 años, que otros se encargarán de celebrar. Somos nosotros, por lo pronto, los afortunados viandan­tes de esta efeméride. Fecha glo­riosa para Soatá, por sus gestas patrióticas y el decurso de su his­toria admirable. Es preciso feli­citar al alcalde municipal y demás autoridades, y a todos los que hicieron posible este festival de luces y confraternidad. Todos nos hallamos colmados de rego­cijo, de sana vanidad, de optimis­mo acariciante.

Quienes hemos contribuido a engrandecer el nombre de Soatá y recibimos ahora estas insignias de honor, sabemos que no en vano hemos ejercido el papel de buenos ciudadanos. Algún día miraremos hacia atrás y apreciaremos mejor esta reunión de soatenses que hoy nos llena el alma de legítimo or­gullo comarcano.

El Espectador, Bogotá, 9-I-1996.

 

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