Los 450 años de Soatá
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Soatá, capital de la provincia del Norte de Boyacá, fundada por el español Juan Rodríguez Parra, cumple 450 años de vida el 10 de diciembre. Es una de las poblaciones más antiguas de Colombia: Santa Marta (1525), Cartagena (1533), Bogotá (1538), Tunja (1539), Soatá (1545).
El caserío indígena de donde emergería la población actual era uno de los principales cacicazgos de la nación chibcha. Fundado el pueblo, el cacique Soatá, que sobresalía por su valor guerrero, fue relegado a una estancia en Tipacoque (la hacienda legendaria). Años después, Gaspar, su hijo heredero, entregaría dicha estancia a los agustinos a cambio de 17 misas anuales.
En tiempos de la Colonia, mi pueblo fue un cruce de caminos entre el Nuevo Reino y Venezuela. Por aquellas tierras anchas y taciturnas, perdidas entre neblinas, despeñaderos, caminos de herradura y horizontes yermos, serpenteaba el viejo camino real que más tarde borró la carretera.
Al paso de los años, con dormida morosidad, la carretera perforaba montañas, desafiaba profundidades y proclamaba de vez en cuando, desde la cima, sus victorias pírricas. El escritor de Tipacoque, pintor de paisajes, recogió en sus libros el polvo de aquellas sendas ariscas que, entre desfiladeros agresivos y mágicos, le entonaban el alma y le permitieron elaborar una de las obras de mayor belleza bucólica que se hayan escrito en Colombia.
En el costado norte de la plaza reposan dos casonas coloniales penetradas de sueño y nostalgias, una de las cuales albergó a Bolívar en varias ocasiones; la otra –la morada de mis abuelos–, de noble linaje, ha llegado a 237 años de vida. Al abrir las puertas de este par de casas ancestrales (y lo mismo puede decirse de otras de igual significación), es como rescatar la Soatá antigua, toda llena de gracia y atributos, para brindar por estos 450 años de historia.
En etimología indígena, Soatá quiere decir Labranza del Sol. El astro rey era venerado por los indígenas como el dios de tierras, ganados, ríos y cosechas. Dispensador de la riqueza, la libertad y el poder. Rey de la atmósfera, los vientos y las tempestades. No es fortuito, pasados aquellos tiempos primitivos de la idolatría solar, el hecho de que la comarca tenga como patrón el del carácter, el trabajo y el valor.
Nueve rayos resplandecientes, que reflejan claridad y verticalidad, caen sobre el escudo de armas como saetas en el espacio. En un ángulo dorado aparece la orquídea, símbolo de la belleza; y en otro, la famosa palma de dátil, que simboliza la agricultura y representa su insignia mayor. Este fruto es como un hada madrina que riega besos en el ambiente para perfumar la vida. De ahí el apelativo de Soatá: Ciudad del Dátil.
En esta efemérides, el inspirado bardo boyacense Pedro Medina Avendaño le regala a Soatá un hermoso himno donde se exaltan los valores de la raza, en una de cuyas estrofas exclama: Soatá, te adoramos porque en tu regazo / perdura el encanto de nuestra niñez. / El sol de la gloria no conoce ocaso / porque es su labranza tu heroica altivez.
Que los dioses tutelares de Soatá protejan por siempre nuestra heredad irrenunciable, fortifiquen los inmortales principios éticos y morales sin los cuales no puede existir el progreso de los pueblos, y alumbren el camino para llegar a puerto seguro.
El Espectador, Bogotá, 24-XI-1995.