La partida de Virginia
Por: Gustavo Páez Escobar
Hace tres años la ciudad de Armenia confirió a Virginia Uribe de Botero su máxima condecoración, el Cordón de los Fundadores. Justo reconocimiento a toda una vida dedicada al servicio cívico y al fomento de las obras sociales para los más necesitados, que ella practicaba en forma silenciosa y con entrega apostólica.
Siempre entendió el ejercicio del bien como un mandato de su espíritu cristiano. Había formado a sus ocho hijos en el ámbito de un hogar admirable, y les había inculcado lecciones de la más alta estirpe para que fueran útiles a la sociedad y sensibles con la desgracia ajena. Era trabajadora incansable y discreta en diversas actividades del progreso local y siempre se dispensaba a la gente con cariño y ademán gallardo.
Al serle otorgado el Cordón de los Fundadores se revivía en ella lo más destacable del servicio humanitario, en esta ciudad de tan clara fibra social. En aquella ocasión la vimos erguida en el marco de la catedral, con su palabra de solidaridad por el bien público y con vigoroso tono de reproche hacia ciertos desvíos locales. Esa era Virginia Uribe de Botero: una conciencia recta y una inquebrantable voluntad cívica.
Con su muerte, pierde Armenia a la matrona batalladora que nació para ser bondadosa y productiva. Su hogar, almácigo de virtudes, vio circular a lo más noble y selecto de la sociedad quindiana, que admiraba a la dama elegante y copiaba de ella los rasgos de su naturaleza pródiga. Sus hijos recibieron la buena semilla y hoy la irrigan en sus propios hogares y en sus diferentes campos de actividad.
Bella lección la que deja Virginia con su vida ejemplar, tanto a su ciudad como a sus descendientes. Así, su partida, por dolorosa que sea, es edificante. Como se fue haciendo el bien, otros copiarán de ellas los actos que le hicieron conquistar el título de hija ilustre de Armenia.
La Crónica del Quindío, 7-I-1996.