Golpe contra los partidos
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Varias lecciones dolorosas, que los versados en política y sociología se encargarán de dilucidar en sus diversos alcances, dejan los pasados comicios en todo el territorio nacional. La mayor de ellas, y la más elocuente, es sin duda el rechazo que en gran escala se hace de los partidos tradicionales. El pueblo, hastiado de las prácticas clientelistas, la corrupción y la falta de verdaderos programas sociales, ha demostrado con su apatía electoral que no está contento con sus viejos dirigentes.
En Bogotá, que siempre se ha considerado un fuerte liberal, ese partido sufre la mayor derrota. Nunca se había visto reacción tan categórica: en primer lugar, gana la Alcaldía, por margen apabullante, el profesor Mockus, elemento cívico, filósofo y matemático que nunca ha militado en política; en segundo, lo hace sin maquinaria, sin discursos y sin dinero, contra un contendor respetable, respaldado por el partido mayoritario con gran despliegue publicitario; y en tercero, se presenta alto índice de abstención –que es, sin embargo, el vigente desde años atrás–, todo lo cual señala la pereza política que domina la vida de nuestra postrada capital, víctima de enormes frustraciones.
El fenómeno Mockus contiene verdades incuestionables que ojalá los partidos tengan el valor y la lucidez para entenderlas y manejarlas. No es una realidad que surge de repente, sino el resultado de largas resignaciones. La capital del país, el caos más endiablado que sea posible concebir, reclama soluciones auténticas que le permitan derrotar su cadena de fracasos. Cuando la vida bogotana no resiste más degradaciones, ni sus habitantes se muestran dispuestos a continuar sumidos en el desgreño ambiental y la inoperancia administrativa, es cuando surgen fórmulas desesperadas como la que significa Antanas Mockus.
Lo mismo ocurre en la mayor parte del país. El pueblo dejó de tener fe en sus caudillos tradicionales, y sobre todo en los eternos caciques corruptores de la moral pública, y ha iniciado un proceso de limpieza política que se manifiesta en la presencia de grupos independientes y de alianzas cívicas, que fueron los protagonistas de estas elecciones. Varios sacerdotes, conscientes de su vocación social, saltaron a la palestra y se convirtieron en banderas victoriosas contra gamonales que se creían ídolos indestronables.
Si el caso de los eclesiásticos sucede en plazas de tan marcada politiquería como La Dorada, Sogamoso, Cúcuta y Montería, y también en Barranquilla, donde llega un alcalde civil postulado por el padre Bernardo Hoyos, esto significa un golpe contundente contra el viejo país político.
Dos resabiados caciques de Boyacá que habían sido rivales encarnizados, Jorge Perico y María Izquierdo, se aliaron por primera vez para apoyar a un candidato de transacción con altas calidades para ser buen gobernador. En lugar de hacerle un bien, lo perjudicaron, ya que el sufrido pueblo boyacense no cree en esos matrimonios de conveniencia, tan efímeros como las promesas electorales que nunca se cumplen. Es otro capítulo demostrativo de la incredulidad popular.
Mientras el retroceso de los partidos tradicionales es evidente, también lo es el surgimiento de numerosas alianzas pluralistas. Cuando las aguas se represan buscan el escape forzado. Esto es lo que le ocurre hoy a Colombia: los problemas sociales no dan más espera, y esto obliga a buscar salidas de emergencia.
Ojalá los líderes elegidos interpreten la lección, para no volverse mañana nuevas frustraciones. En lo que a Bogotá respecta, es preciso que el filósofo Mockus, poniendo los pies y la cabeza en la tierra, sepa responder a la confianza que se le ha depositado.
El Espectador, Bogotá, 2-XI-1994