Enredos ortográficos
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
En el Boletín de la Academia Colombiana de la Lengua, edición número 173, la señora Elizabeth Ávila Roldán pregunta si vocablos como constituido, incluido, sustituido llevan tilde. El secretario de la entidad, Horacio Bejarano Díaz, le responde que de acuerdo con el padre Félix Restrepo en su folleto Nuevas normas de ortografía, tales palabras deben llevar tilde en la i, por la siguiente razón: siempre que una vocal débil acentuada esté combinada con otras vocales sin formar diptongo, lleva tilde. Ejemplos: fluído, restituído, restituír…
Sin embargo, este concepto se opone a normas vigentes de la Real Academia Española, declaradas de aplicación preceptiva desde el primero de enero de 1959, y que en su artículo 37, letra b, dicen lo siguiente: la combinación ui se considera, para la práctica de la escritura, como diptongo en todos los casos. (A continuación establece excepciones que sí llevan tilde, como casuístico, por ser palabra esdrújula, o benjuí, por ser aguda y terminar en vocal).
Según la regla de la Real Academia Española, los vocablos consultados por doña Elizabeth no llevan tilde. Por otra parte, el citado numeral 37, en su letra c, dispone que los infinitivos en uir se escribirán sin tilde: construir, derruir, huir… Como ambos preceptos son contrarios a lo anotado por Bejarano Díaz, el caso me dejó viendo estrellas. Por lo tanto, le envié una consulta donde le manifestaba confusión.
Y él me cuenta una intimidad que bien vale la pena trasladar a los lectores. Dice que la regla del padre Félix Restrepo –a la que se acoge, lo mismo que a ella se acoge la Academia que él representa como su secretario– había sido aprobada por la Real Academia Española antes de promulgarse las normas de 1959 atrás referidas. Significa esto, en buen romance, que la autoridad española le aprobó a la autoridad colombiana (padre Félix Restrepo) una norma que luego desautorizó al no incluirla en el texto definitivo. Para defender su posición ante doña Elizabeth, Bejarano Díaz me confiesa lo siguiente: aquí se trata de una especie de desobediencia voluntaria a lo preceptuado por la Real Academia, que no es infalible, apoyado no solamente en la evidencia de la autoridad sino en la autoridad de la evidencia.
Ante estas posiciones encontradas, la pregunta es elemental: ¿A quién obedecer: a España o a Colombia? Estas disparidades tan respetables son las que complican el manejo de nuestra lengua. Ni siquiera los sabios se ponen de acuerdo para no trabar a los legos. Un signo tan pequeño como la tilde –que parece un mosquito travieso– ha originado una guerra. Por mi parte, esté o no de acuerdo con las razones de la Real Academia –que no saltan a la vista en este caso–, continuaré escribiendo sin tilde las voces del conflicto.
La norma oficial debe obedecerse por disciplina. Y nos queda el derecho de disentir. En periódicos de prestigio, como El Espectador, y por lo general en revistas y libros, se acata dicha norma. Pero hay dos excepciones eminentes que se van por el otro camino, y aquí se enreda más el ovillo: la Academia Colombiana y el Instituto Caro y Cuervo.
Comparto el comentario de que la Real Academia Española no es infalible. Tampoco la nuestra, desde luego. Errar es humano. Sin embargo, mientras no se modifique dicha regla, es difícil apoyar la tesis contraria. Esto demuestra que la ortografía es una moda del idioma, a veces un capricho de los académicos, y que por consiguiente está sujeta a cambios e interpretaciones que se suscitan en el tiempo de acuerdo con diversos criterios gramaticales.
Boletín de la Academia Colombiana, Nos. 181-182, julio-diciembre/1993, junto con un profundo estudio sobre la materia que hace dicha entidad.
El Espectador, Bogotá, 12-IX-1994
* * *
Apostillas:
En misiva dirigida al doctor Guillermo Ruiz Lara, director del Boletín de la Academia Colombiana de la Lengua, comento:
He leído con el mayor interés el denso estudio que elabora el académico José Joaquín Montes, publicado en el último Boletín (Nos. 181-182), a propósito de mi artículo Enredos ortográficos (El Espectador, 12-IX-94). Los argumentos que esgrime el miembro de esa entidad para oponerse a la norma de la Real Academia Española, según la cual la combinación ui y los infinitivos en uir no llevan tilde, no sólo merecen el mayor respeto por la autoridad del tratadista sino que están basados en claros preceptos gramaticales. Siendo ello así, no entiende uno el porqué de la norma imperante en la Real Academia. Esto crea confusión en los practicantes del idioma. Las tesis expuestas por el académico Montes, por lo categóricas y fundamentadas, harán reflexionar a la institución española sobre lo que puede considerarse un error consentido a través de largos años. Bien lo afirma el erudito Horacio Bejarano Díaz para apoyar la posición de la Academia Colombiana:
Aquí se trata de una especie de desobediencia voluntaria a lo preceptuado por la Real Academia, que no es infalible, apoyado no solamente en la evidencia de la autoridad sino en la autoridad de la evidencia.
Por el buen conducto del Boletín, felicito al doctor Montes por sus brillantes planteamientos. Y anexo a la presente copia de la carta que he dirigido al diario El Espectador, cátedra del bien decir. Gustavo Páez Escobar (El Espectador, 10-XI-1995).
* * *
Mi artículo Enredos ortográficos, publicado por este diario el 12 de septiembre de 1994, tuvo eco en la Academia Colombiana de la Lengua, que lo reproduce, seguido de amplio estudio, en su último boletín. Según regla de la Real Academia Española, la combinación ui y los infinitivos en uir no llevan tilde. Dicho precepto lo observa la mayoría de las publicaciones cultas, entre ellas El Espectador, no así la Academia Colombiana de la Lengua y el Instituto Caro y Cuervo, los dos organismos rectores del idioma en nuestro país, que se han rebelado –en «desobediencia voluntaria»– contra la posición de la Real Academia. La tesis que sostienen nuestras dos egregias entidades es muy respetable y algún día hará modificar la norma oficial española. Me permito llevar a conocimiento de ustedes el interesante y polémico estudio a que me refiero. Gustavo Páez Escobar (El Espectador, 20-XI-1995).