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¿Por qué vender el Banco Popular?

jueves, 15 de diciembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Quienes conocemos el Ban­co Popular desde sus orí­genes y, sobre todo, quienes durante largos años servimos su causa en la buena y en la mala fortuna, lamentamos que la entidad hubiera abandonado la esencia so­cial para la que fue creada. El desvío de su papel fundamental de Banco de los pobres, que ostentó durante mucho tiempo, es el cau­sante de esa pérdida de identidad. En forma silenciosa y progresiva, durante quince o veinte años atrás, el organismo oficial fue modificando sus postulados iniciales hasta con­vertirse en una entidad común.

Dentro del síndrome de las priva­tizaciones que acompaña al Gobier­no actual, y que en los últimos días acelera el ministro Hommes para curarse la fiebre del déficit que no lo deja dormir en paz, parece que al Banco Popular le llega la hora para su venta al mejor postor. Como la cuestión es ante todo de plata, los negociadores oficiales, con el minis­tro de las finanzas a la cabeza, no se han detenido en el sano plantea­miento esbozado por destacados líderes nacionales en el sentido de que el instituto debe resguardarse como patrimonio oficial, dándole las reformas y correctivos que sean necesarios para reconquistar el espíritu de servicio que se dejó perder.

El doctor Carlos Ossa formula la siguiente pregunta en artículo de este diario: «¿Para qué privatizar unas entidades que fueron rescata­das con los recursos de los contri­buyentes y para qué vender otras que siempre han sido del Estado, si el resultado final no va a ser otro que más concentración de la propie­dad?». El doctor Ernesto Samper, otro de los defensores del Banco como organismo oficial, propone que en lugar de privatizarlo debe convertirse en eje de un programa de miniempresas urbanas.

La licitación de la telefonía celu­lar y la venta del Banco de Colom­bia, que constituyeron aparatosas negociaciones que enriquecieron las arcas del Estado, ponen en eviden­cia un hecho preocupante: la entre­ga del país a los grandes grupos financieros. Si la filosofía de la privatización es democratizar las instituciones, ya se ve que ocurre todo lo contrario en los negocios que se han realizado.

No hay razón para pensar que vaya a pasar nada distinto en las subastas que se aproximan: Banco Popular, Ban­co Central Hipotecario, Banco del Estado y Corpavi. En esta danza de los billetes que tanto emociona al ministro Hommes, con la oculta complacencia del señor Presidente, gana el que más paga. Como los que más pagan –y más ganan– son los ricos, esta concentración enorme de riqueza representa una dolorosa realidad: hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres.

Nadie discute que la privati­zación de la banca oficial busca mayor eficiencia y competencia en el sector financiero. En el caso del Banco Popular, no puede ignorarse el atraso de varios años que regis­tran sus sistemas tecnológicos, situación que se agrava con la dismi­nución que ha tenido la nómina en más de dos mil empleados, lo que se traduce en el mal servicio que hoy se presta al público. Pero el camino ideal no es venderlo, sino transfor­marlo. «Al paso que vamos –dice Francisco Santos en El Tiempo–, habrá que poner al frente del Capi­tolio un letrero bien grande que diga: “Se vende al mejor postor».

¿No podría reflexionarse más en la venta del Banco Popular? Es una entidad sui géneris, en otros tiem­pos bandera social de los gobiernos, que bien valdría la pena salvar en esta carrera febricitante del dinero.

El Espectador, Bogotá, 24-II-1994.

 

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