Polémica literaria
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
He seguido con interés, por artículos publicados en un diario de Estados Unidos, la polémica surgida entre dos escritores colombianos residentes en Nueva York: Gloria Chávez Vásquez y Eduardo Marceles Daconte.
Este último es el autor del libro Narradores colombianos en Estados Unidos, aparecido hace poco dentro de las ediciones de Colcultura, del que se excluyó a Gloria Chávez a pesar de su reconocida obra como cuentista, que se encuentra divulgada en los libros Las termitas (1978), Cuentos del Quindío (1982), Akum, la magia de los sueños (1983, Opus americanus (1993), y en cuentos sueltos, como Sor Orfelina, destacado por el Magazín Dominical de El Espectador en 1971; Sincronio, el ave fénix, ganador en 1978 del premio del Círculo Literario Latinoamericano de Nueva York, y publicado por Lecturas Dominicales de El Tiempo; La luciérnaga y el espejo, recogido en una antología de cuentos para niños; Diario de un subwaynauta, excelente narración sicológica sobre la angustia que vive el hombre cuando se moviliza en los medios de transporte masivo de las grandes ciudades.
Sin embargo, en la antología de Marceles no hubo sitio para la cuentista colombiana, residente hace más de 20 años en Estados Unidos, donde ha cumplido ponderada labor como periodista, promotora cultural, profesora y escritora. En 1990 obtuvo el premio Emma, con el que se reconoce en Estados Unidos la excelencia periodística, y que por primera vez se entregó a un miembro de la prensa latinoamericana.
El prólogo de la antología de Marceles apareció publicado en mayo pasado por Lecturas Dominicales de El Tiempo. Con este motivo la cuentista se dirigió en carta de junio al ombudsman del periódico, Felipe Zuleta Lleras, solicitándole un espacio en el diario para comentar su exclusión de aquel trabajo. Al no obtener respuesta, en agosto volvió a comunicarse con la misma persona, a quien solicitó la publicación del artículo La escritora como emigrante, «que representa –según sus palabras– no sólo un resumen de mis luchas como escritora, sino un análisis conciso y detallado de por qué muchas escritoras permanecemos invisibles». Ojalá tengamos oportunidad de conocer dicha nota en El Tiempo.
Los dos escritores han librado agudos enfrentamientos en un periódico neoyorquino a propósito del episodio a que se refiere esta columna. Marceles dice que hace un año lo invitó Óscar Collazos a que realizara una antología de narradores que viven en Estados Unidos en condición de emigrados, y fue así como hizo contactos con doce de ellos para destacar su producción. Y agrega: «Una antología no se hace por ‘llamado público’ sino que es el producto de la investigación del antólogo que selecciona a aquellos escritores que considera representativos de una tendencia, un período histórico o una región geográfica».
Ante esta aseveración, Gloria Chávez critica el facilismo con que se adelantó la obra y la forma como se manipula la cultura. Y anota: «Marceles no parece estar de acuerdo en que una antología pueda ser también una actividad de carácter democrático y no la selección caprichosa de un individuo. Es bien conocido en los medios académicos colombianos que Collazos es uno de los expertos en la fabricación de antologías en las que el autor coloca su nombre entre los de otros escritores, en la creencia de que así asegurará un puesto en la literatura».
Al decir Gloria Chávez que «la cultura no es una prioridad para el gobierno colombiano», comprende por qué está marginado el sector invisible que no tiene conexiones políticas o culturales. Ante lo cual, Marceles, defensor agradecido de Colcultura, cuya política democrática ensalza, dice lo siguiente: «Por primera vez se reconoce el trabajo literario de los escritores que vivimos en el exterior». Gloria, desde luego, no está de acuerdo con esta tesis y afirma, al censurar el monopolio de la cultura, que «el exclusivismo es una de las razones por las cuales la cultura colombiana ha sido privada de la mitad de sus recursos literarios».
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No creo que este duelo entre Gloria y Marceles le haga mal a la literatura. Por el contrario, deja un lado constructivo y muchos puntos de meditación. El problema de las antologías es ese: que hiere susceptibilidades. Las antologías son caprichosas. Las hay, del mismo autor, que primero acogen a un escritor y en la siguiente lo borran. De todas maneras, la obra valedera siempre es reconocida, tarde o temprano.
Considero que Gloria debe sentirse satisfecha, después del chaparrón que ha recibido, con la ponencia que acaba de ser presentada en el VIII Congreso de Colombianistas Norteamericanos realizado en la Universidad de California, por dos profesoras de literatura latinoamericana, residentes en Colombia, que han exaltado su producción narrativa y su obra total.
El Espectador, Bogotá, 10-IX-1993