Nace un árbol
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
La noticia sobre la muerte de un hermoso pino que se hallaba plantado en congestionada avenida de la capital despertó sentimientos de solidaridad en varios lectores de esta columna. El vecindario lamentó la caída del árbol exuberante que le daba vida y donaire a la endiablada avenida que ya no tiene respiraderos –ni pies ni cabeza–, víctima, como toda la urbe frenética, del sofoco automotor y la contaminación ambiental.
Al paso que llevamos, Bogotá será otra Ciudad de Méjico si no frena la invasión de gases letales que en forma inadvertida envenenan la atmósfera y causan graves afecciones en la salud de los habitantes. Más de medio millón de vehículos transitan por nuestras abigarradas calles sin ningún control sobre los exhostos deteriorados –que parecen lanzallamas de impurezas–, ni sobre las numerosas empresas contaminantes que emiten a sus anchas, con el impulso industrial, chorros de muerte.
Es preciso tomar conciencia ecológica para prevenir el desastre que se vive en la capital azteca, ahogada hoy por alarmantes índices de ozono que la colocan –como podría ocurrir con Bogotá– entre las ciudades más contaminadas del planeta. Allí y aquí la gente padece enfermedades respiratorias crónicas, que comienzan con ardor en los ojos, fluido nasal, tos y agotamiento.
La protección del medio ambiente debe ser política fundamental de todo gobernante, y por desgracia ésta se subordina entre afanes de inferior categoría. De ahí la importancia de preservar la vida de los parques y los árboles. Unos y otros languidecen en nuestra ciudad por falta de cuidados intensivos.
Entre los actos de solidaridad que se produjeron alrededor de la muerte del frondoso pino se encuentra la manifestación del director de la CAR. Es una comunicación enaltecedora para su gestión ecológica, y ejemplar para otras dependencias capitalinas que se olvidan del progreso civilizado de Bogotá. Ha muerto un árbol y nace otro. El duelo, así, se transforma en esperanza. Que sean bienvenidos todos los esfuerzos para salvar el alma de la ciudad, como en términos expresivos lo anuncia la misiva antes citada:
«Comparto plenamente sus sentimientos y opiniones sobre los árboles y la importancia que para una ciudad como Bogotá tienen, pues contribuyen a hacer más llevadera la vida de tan contaminada urbe. Conjuntamente con la administración distrital, la CAR ha venido adelantando un programa que hemos denominado Bogotá reverdecerá, cuya meta es plantar cien mil árboles, el cual está en pleno desarrollo. Igualmente, por iniciativa del alcalde mayor, está en proceso la constitución de una corporación privada para la protección de los cerros que tendrá como una de las finalidades principales la protección de los bosques y la revegetalización de las áreas depredadas.
“Vale la pena mencionar que el déficit hídrico de la región, el cual está en proceso de agravarse, tiene como una de sus principales causas la deforestación de los cerros y páramos que circundan la Sabana de Bogotá.
«Al manifestarle nuestro pesar por la muerte de su querido árbol, le ofrecemos remplazarlo, para lo cual le rogamos informamos el sitio donde desea plantarlo». Eduardo Villate Bonilla, director ejecutivo de la CAR.
El Espectador, Bogotá, 5-III-1993.
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COLUMNISTA INVITADO
EL ESPECTADOR, 26-IV-1993
Tras el árbol sustituto
Transcribimos a continuación la carta que envió nuestro columnista editorial Gustavo Páez Escobar al director de la CAR, luego de recibir una respuesta del funcionario por su denuncia sobre la caída de un árbol:
«Doctor Eduardo Villate Bonilla, director de la CAR:
“He quedado muy agradecido por los amables términos de su carta N° 00544, que usted me dirige a propósito de mi nota en El Espectador sobre la muerte de un árbol en una importante avenida de la ciudad.
“Después de los interesantes comentarios que formula sobre los programas de reforestación que adelanta la CAR para preservar la naturaleza y oxigenar la vida capitalina –hecho destacable que me permití divulgar en columna posterior–, usted me ofrece reemplazar el árbol caído en el sitio que le indique. Complacido acepto este obsequio formidable; el cual es simbólico por el mensaje que entraña como tributo al medio ambiente, y también físico por tratarse de un ser vivo: los árboles tienen alma y, por lo tanto, gozan y sufren según el trato que les da el hombre.
“Había demorado la respuesta a su gentil comunicación esperando trasladarme a mi nueva residencia en el barrio Chicó Norte, al lado de la cual, en la zona verde que queda frente a mi alcoba, deseo ver crecer, y además cuidar y contemplar, el árbol sustituto, llamado a ser un gran aliado del escritor».