Un gran quindiano
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Cuando Raúl Mejía Calderón fue alcalde de Armenia, y yo era habitante de la noble villa, publiqué en este mismo diario, el 14 de octubre de 1978, la nota que titulé La escoba de don Raúl. Registraba en ella el acto cívico del nuevo burgomaestre que, escoba en mano, había salido a barrer las calles de Armenia, acompañado de las autoridades y de numerosos vecinos, acto con el que iniciaba con ritmo paisa una vigorosa campaña por el aseo urbano.
Repaso hoy, con motivo del fallecimiento de este varón ejemplar, el comentario periodístico que le había contado al país cómo en Armenia el mandatario municipal, antes de consumirse en los rompecabezas financieros, había comenzado por poner la casa en orden. En ese escobazo la ciudadanía aplaudió el empeño progresista de la nueva administración, que cumpliría un ejercicio dinámico, consagrado al bien público y de gran sentido ético.
Raúl no era oriundo de Armenia, sino de Aranzazu (Caldas). Pero su larga vinculación al Quindío, y sobre todo sus brillantes acciones por el progreso regional, le hicieron ganar el título de quindiano auténtico. Fue denodado defensor de los intereses comunitarios y se hizo querer de la gente por su caballerosidad, desprendimiento, afán de servir y honorabilidad a toda prueba.
Como líder cívico que siempre fue, tanto desde la empresa privada como desde la oficial, demostró que el servicio a la humanidad es la mejor justificación de la vida. Nunca fue esclavo de los bienes materiales ni persiguió comodidad distinta a la de disfrutar con los suyos, como lo hizo a plenitud, de los dones generosos de su recatada y espléndida existencia.
Fue, por sobre todo, paradigma de la moral. Lo mismo que repudiaba la deshonestidad en cualquier campo, y sobre todo en la vida pública, admiraba la decencia y el decoro de la gente de bien. Esta actitud de su carácter fue notoria en los diferentes cargos que desempeñó: diputado a la Asamblea de Caldas, secretario de Agricultura de Caldas, personero de Montenegro, secretario de Fomento y Desarrollo del Quindío, gobernador encargado del Quindío, concejal de Armenia, alcalde de la ciudad, gerente de la Compañía Colombiana de Seguros.
Esta última entidad, donde trabajó durante largos años y en cuyo servicio lo sorprendió la muerte, lo contaba como uno de los ejecutivos más destacados del país. Yo le pregunté, en sorpresivo encuentro a comienzos del año que tuve con él en Bogotá –y que se convertirla en calurosa despedida luego de nuestra entrañable amistad–, por qué no había entrado a disfrutar de su pensión de jubilación. Y él, orgulloso, me respondió que no estaba hecho para el ocio y que su mejor conquista para la vejez era la de sentirse útil en la empresa que lo apreciaba.
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El Quindío pierde con Raúl Mejía a un ciudadano de difícil repetición. Su nombre queda incrustado en la región como modelo de rectitud, afabilidad, trabajo y civismo. En Armenia hubo un estremecimiento ante la súbita embestida del destino. Edelmira, la dolorida esposa, sabe con sus hijos que queda esta ciudad que les retribuye en afecto todo cuanto Raúl le entregó en generosidad. El civismo da categoría. Y la amistad con los hombres buenos crea compromisos y obliga a mostrar ante el país este ejemplo de superación, de dignidad y de hechos positivos.
El Espectador, Bogotá, 6-IV-1990.