Perfiles de Armenia
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Regreso a Armenia, en viaje relámpago, siete años después de haberme venido con la familia en plan de educar a los hijos, aquí en Bogotá, en sus carreras universitarias. En el Quindío residí por espacio de quince años, y allí se cumplieron confortantes vivencias y se dejaron hondos afectos. Volver ahora a la parcela sentimental, así sea con la fugacidad de los rápidos abrazos, es como sentirse de nuevo en casa y respirar otra vez el aire puro de los cafetales y degustar el sabor entrañable de la amistad.
Estuve con mi esposa en la posesión de César Hoyos Salazar como alcalde de la ciudad. La vieja amistad con el cordial amigo nos impuso el grato deber de acompañarlo en el comienzo de su administración. César es ciudadano ejemplar, dotado de talento y eminentes virtudes morales, cívicas y profesionales que permitirán un avance significativo de su ciudad. Yo lo conocí, en mis primeros contactos con la región (de esto hace ya veintidós años) como secretario de Gobierno del municipio, y después lo vi actuar en diferentes campos (concejal, profesor universitario, miembro de juntas cívicas, jurisconsulto), donde siempre sobresalió por su entusiasmo, su juicio, pulcritud e idoneidad.
Recibe las finanzas municipales en alto grado de postración, lo que habrá de significarle ingente esfuerzo para estructurar sus programas. Y lo conseguirá si aplica, como sabe hacerlo –sobre todo al contar con independencia política y vigoroso respaldo ciudadano–, apropiadas reglas de liderazgo.
Armenia, que en octubre pasado cumplió cien años de vida, es una urbe que se ve progresar. Hoy, después del brindis centenario, está más bella que nunca. Parece como si le hubieran hermoseado la cara, al igual que a las quinceañeras, para mostrarla encantadora.
El suceso dejó obras fundamentales, como el Estadio Centenario –con capacidad para 45.000 espectadores–, el Coliseo del Café, progreso en los servicios públicos, una vía circunvalar y el ornato general de la ciudad. El sector residencial, sobre todo en la parte norte, muestra el avance de modernas construcciones que imprimen el sello del buen gusto y del urbanismo creador.
Otro hallazgo admirable fue el del Museo Quimbaya, construido por el Banco de la República en la administración del doctor Hugo Palacios Mejía, hijo de Armenia, e inaugurado en julio de 1986. La obra fue ganadora de un premio nacional de arquitectura. Se trata de una soberbia edificación rodeada de jardines, lagos y exuberancia montañosa, que busca representar el territorio de los quimbayas en su sede de orfebrerías y tesoros indígenas. Sólo le hago dos observaciones: primera, que me parece escasa su muestra arqueológica; y segunda, que es preciso acometer reparaciones urgentes en ciertas zonas que requieren impermeabilización para evitar las filtraciones de agua.
Armenia es ciudad futurista. Es de los centros más pujantes del país. Todo allí se hace armónico, estructurado, sin vacilaciones. Su raza es de brío y visión. No conozco elemento más desprendido y generoso que el quindiano. Me piden que vuelva, y yo les digo que algún día será. Interpretando este ritmo acelerado, el maestro Valencia le puso a Armenia el apelativo perfecto: Ciudad Milagro.
El Espectador, Bogotá, 27-VI-1990.