La descultura ronda en Boyacá
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Un fugaz secretario de Hacienda de Boyacá le propinó duro golpe a la cultura regional. Al recortar en forma drástica el presupuesto del Instituto de Cultura y Bellas Artes, puso a tambalear uno de los organismos más sustantivos no sólo del departamento sino también de Colombia, admirado incluso por fuera de nuestras fronteras.
Como la cultura no produce votos y en cambio sí representa una carga para los funcionarios que sólo tienen miras monetaristas y afanes burocráticos, dicha medida, que recibió apoyo de la Asamblea Departamental, ha logrado efectos destructores. Es inexplicable que todo un pueblo –que es el que paga los impuestos para la ejecución de las obras– permanezca silencioso e indiferente ante el atropello. Con tal pasividad es fácil para las autoridades incurrir en excesos administrativos.
La administración que originó aquella iniciativa ya no está al frente del gobierno departamental. Pero la actual administración la comparte. Más aún, parece que ha ampliado sus propios puntos de vista al manifestar que la cultura debe autofinanciarse. Según ese criterio, no se concibe que la entidad le cueste al erario $ 240 millones al año, sin la correspondiente producción económica, y como la cultura –se dice por enésima vez– no fabrica pesos, el Instituto va camino de la disolución.
Hoy el presupuesto se ha disminuido en el 50%. No fluye el dinero para el pago de sueldos ni para el desarrollo de las actividades culturales. El polvo se está apoderando de la vieja casona colonial. Más tarde, si las cosas siguen como van, habrá que ponerle candado al recinto.
La opinión pública, entre tanto, se muestra ajena al suceso. Los más pensantes, que sin embargo no ejercen el debido liderazgo, comentan en los corrillos que el problema es político. Pero nadie se atreve a acaudillar un movimiento de protesta. Nos está matando la incapacidad para hacernos sentir. Para volver por lo nuestro. La cultura en Boyacá es el bien más valioso que ha producido la tierra. La cultura, en términos universales, es el mayor patrimonio de la humanidad. El pueblo culto está salvado. El pueblo inculto camina hacia la barbarie.
De la reciente declaración hecha por el gobernador del departamento vale la pena resaltar, para buscar otros rumbos –pero no para atrofiar la vida del Instituto–, la crítica sobre la centralización cultural que existe en Tunja y que deja de llegar a la mayoría de los municipios.
Hay que salvar la cultura boyacense. Si por algo sobresale Boyacá es por su ancestro intelectual y artístico. La Escuela Superior de Música es la mejor de Latinoamérica. Las otras entidades del Instituto cumplen nobles fines de culturización y preservación del arte y los bienes coloniales. Son ellas la Escuela Superior de Artes Plásticas, la Escuela de Música y Danzas Populares, el Centro de Investigación de Cultura Popular, el Centro de Restauración de la Casa-museo Don Juan de Vargas, la Orquesta Sinfónica de Vientos, el Teatro de Títeres, la Biblioteca Departamental Eduardo Torres Quintero (cuyo patrimonio pasa de 15.000 volúmenes), Archivo Regional de Boyacá, Dirección de Artes
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Eduardo Torres Quintero, el caballero andante de la cultura boyacense, arremetió contra quienes intentaban derribar unos conventos coloniales para construir hoteles de turismo. Los llamó comejenes de la cultura. Como su voz y autoridad eran poderosas, el ímpetu destructor se detuvo. Por lo menos de momento. A Boyacá le falta un Torres Quintero. Fue el gran abanderado del acervo culto de su tierra, a la que enalteció con sobradas calidades. ¿Qué no diría hoy, si viviera, ante la arremetida de la hora contra la cultura que tanto defendió?
El Espectador, Bogotá, 30-V-1989.