El periodista Simón Bolívar
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Los artículos deben ser cortos, picantes, agradables y fuertes. Bolívar.
Conforme avanza uno en la lectura del libro El periodismo en la vida pública del Libertador, de Antonio Cacua Prada –la nueva publicación de la Universidad Central y el Instituto Colombiano de Estudios Latinoamericanos y del Caribe– se convence, cada vez más, de la capacidad periodística de Bolívar. ¡Qué acertado el epígrafe que encabeza esta nota para tomarlo como norma rectora de los periodistas!
Comentaba yo, después del acto académico de lanzamiento de la obra en la Casa Bolivariana, que la brevedad y el brillo de la ceremonia le habían hecho honor a la exigencia que el Padre de la Patria imponía para las gacetas de su época. De continuo se dolía él de los errores de redacción, descuidos tipográficos y mala titulación de las noticias que hallaba en las publicaciones oficiales, y señalaba a sus colaboradores reglas rigurosas para que los medios de comunicación no sólo informaran sino además hermosearan el pensamiento.
En una misiva expresa así su contrariedad: «Remito a usted El Centinela, que está indignamente redactado, para que usted mismo lo corrija, y lo mande de nuevo a reimprimir, a fin de que corra de un modo decente y correcto». Quien así hablaba poseía, como es obvio, claros conceptos sobre la técnica de redactar y presentar un periódico. Tenía sangre de periodista. Lector incansable de libros y periódicos, que además se educaba todos los días en la disciplina de elaborar la vibrante correspondencia con que enriqueció la historia y la literatura, tenía autoridad para aconsejar y ser drástico.
Sabía muy bien que la prensa era la mejor arma ideológica, y ésta le ayudó a ganar sus batallas. Consideraba la imprenta como parte de su equipo bélico, para editar, al pie de los cañones, boletines y proclamas, y se desesperaba cuando no podía llevarla consigo o cuando ésta le llegaba rezagada. El 1º. de septiembre de 1817 le escribía a don Fernando Peñalver: «Sobre todo mándeme usted de un modo u otro la imprenta que es tan útil como los pertrechos». Y como era un humanista en el amplio sentido de la palabra –atributo que no es frecuente en los gobernantes–, una vez le comentó al general Santander que «no hay cosa tan divertida como la poesía para cantar desgracias y hacerlas amar con el encanto de las sirenas».
Lo mismo que dominaba el arte de la comunicación, era defensor irreductible de la libertad de imprenta. La opinión pública le merecía el mayor respeto, y aunque susceptible en sumo grado a los ataques que recibía en la prensa, nunca coartó el libre derecho de disentir. Por el contrario, aprovechaba las censuras para mejorar sus actos de gobierno. La Constitución de Angosturas, inspirada por él, contiene firmes preceptos sobre la libertad de expresión, y éstos se fueron trasladando, como base fundamental de la democracia, a otras constituciones y a otros tiempos.
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Bolívar, por otra parte, era temible polemista. Maestro de la ironía, su palabra resultaba demoledora. Con frases incisivas destruía a sus enemigos. Sabía manejar el fino humor y la sutil estocada mortal de la inteligencia. «Para la sátira más cruel –dijo– se necesita nobleza y propiedad, como para el elogio más subido».
Cacua Prada ha propuesto a la Universidad Central –y sin duda la idea será acogida por el rector del claustro, Jorge Enrique Molina Mariño– el otorgamiento al Libertador del doctorado honoris causa en periodismo, lo mismo que la Universidad San Marcos de Lima le concedió, el 3 de junio de 1826, el doctorado en Derecho, uno de los títulos que más agradeció el Genio de América. Fue, en ambos casos, un autodidacta ejemplar, mérito que ha dejado de reconocerse en los tiempos actuales. El genio de Bolívar, que le ganó batallas a la tiranía y a la ignorancia, debe ayudarnos a vencer el conformismo y la mediocridad.
El Espectador, Bogotá, 31-V-1989.