El Jetón Ferro
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Chiquinquirá, la patria chica de Antonio Ferro Bermúdez (el Jetón), realiza en estos días el décimo encuentro de escritores colombianos. Allí funciona, bajo la presidencia de Javier Guerrero Barón, la Fundación Cultural Jetón Ferro, que se ha encargado de perpetuar la memoria de este artífice del gracejo y las frases donosas, personaje imprescindible de la Gruta Simbólica. En ella se reunían, bajo el mandato del ingenio y la bohemia, en las postrimerías del siglo XIX y comienzos del actual, los más célebres poetas, novelistas y humanistas de la época, quienes nos enseñaron cómo se sonreía con elegancia en aquellos tiempos.
Al decir de Calibán, fue la primera y la última tertulia literaria que en Colombia ha florecido. Se diferencia, por lo bohemia, del Mosaico. Se vivía en el régimen dictatorial de Marroquín, y para eludir las rondas nocturnas que buscaban conspiradores, los jóvenes literatos amanecían bebiendo y recitando en la casa de Rafael Espinosa Guzmán, mecenas incondicional. El simbolismo estaba en su apogeo, y con dicho pretexto se creó esta escuela del repentismo y el buen humor, que escribió, sin mayores pretensiones, uno de los capítulos más celebrados de la literatura colombiana.
Sus integrantes eran románticos trasnochadores para quienes la vida debía conjugarse con gracia, y la literatura compartirse con regocijo y solidaridad. En estos cabildos de la inteligencia, cuyos miembros pasaban de 70, contestaban a lista personalidades como Luis María Mora (Moratín), Julio Flórez, Rafael Pombo, Clímaco Soto Borda, Alfredo Gómez Jaime, Enrique Álvarez Henao, Carlos Villafañe, Federico Rivas Frade, Aquilino Villegas.
Entre chispazos y ademanes galantes se disipaban los rigores políticos de la época y se saludaba el rostro amable de la luna; la cual, con honores, era despedida a los toques de campanas que llamaban a la misa de cinco en la Tercera. En la puerta de entrada a la Gruta aparecía este letrero: «Se prohíbe entrar con animales». Verificadas las personas y excluidos los animales, alguien iniciaba la ceremonia: «Entró Inés hecha una sopa / al bodegón Santafé, / y al primero con quien topa / dice alzándose la ropa: / –Caballero: ¿me lavé?»
En 1903 llega a la cofradía un extraño visitante. Se presenta como el Jetón Ferro. Y explica que sus amigas Bertha y Clema, de Ráquira, al notar que su boca tenía dimensiones mayores que las de la Venus de Milo, lo habían bautizado «Jetón». Con semejante presentación, obtiene de inmediato pase de honor. Hoy su nombre engalana una casa cultural de Chiquinquirá y se solaza por los textos de la literatura colombiana.
Corridos los años, José Vicente Ortega Ricaurte y el Jetón se unen para reconstruir aquellas tertulias de la Gruta Simbólica. Contratan con Editorial Minerva, en 1952, la publicación del libro que recoge las sesiones, y cuyo costo es sufragado por el Jetón, otro mecenas alborozado. Cuando está a punto de concluir el trabajo editorial, muere el Jetón, en noviembre de 1952. Dicho libro vuelve a editarse, en segunda edición, dentro de la serie bibliográfica del Banco Popular, con la asesoría de Luis Carlos Aclames, que lo enriquece con valiosos comentarios, en el año 1981.
El Jetón había tenido tiempo de escribir su testamento literario. Era propietario de un islote de cinco fanegadas en la laguna de Fúquene, bautizado El Santuario, y que en verso reparte entre sus contertulios de la bohemia romántica. Para su tumba dispuso esta lápida: «Aquí duerme en paz completa / Jetón, que fue entre mil cosas / calavera de alma inquieta, / con la rima a flor de jeta / y la risa entre las fosas».
El Espectador, Bogotá, 27-IX-1989.