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El camino de la felicidad

jueves, 10 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Baila junto a la cama
Valeria bailando en pareja
Valeria aplaudiendo
Valeria pequeñita

A raíz de la distribución, hace pocos días, de la obra El camino a la felicidad junto con el ejemplar del periódico El Tiempo, me propuse averiguar el origen del formativo mensaje que contiene dicho libro, cuyo au­tor es el norteamericano L. Ronald Hubbard. Y me enteré de la existencia de una fundación educativa a nivel mun­dial que lleva el mismo nombre que el libro, y cuyo pro­pósito es restaurar, en este mundo que ha dejado perder los principios, los valores éticos y morales. La junta direc­tiva, conformada en Colombia por personas de la mayor pres­tancia, está presidida por José Antonio Echavarría Obregón y cuenta con la dirección ejecutiva, para Sudamérica, de María Teresa León.

El señor Hubbard, alejado de toda intención política o religiosa, escribió este código moral basado en el senti­do común y con la exclusiva finalidad de prestarle un ser­vicio a la humanidad. En el prefacio del libro anota lo siguiente: «Tratar de sobrevivir en una sociedad caótica, deshonesta y generalmente inmoral, es difícil. Cualquier individuo o grupo busca obtener de la vida tanto placer y liberación del sufrimiento como pueda. Tu propia supervi­vencia puede verse amenazada por las malas acciones de otros a tu alrededor. Tú eres importante para otras perso­nas. La gente te escucha. Tú puedes influir en los demás. La felicidad o infelicidad de las personas que conoces es importante para ti…»

Con el diario El Tiempo circularon 370.000 números del citado libro y se recomendó a los lectores pasar el mensa­je a otras personas y solicitar, si lo deseaban, nuevos ejemplares al apartado 05009 de Bogotá, a la Fundación Santodomingo en Barranquilla o a Procali en la ciudad de Cali. En esta forma se establecía un medio multiplicador de la palabra.

Convencido como estoy de la eficacia del mensaje, he obtenido nuevos ejemplares para ampliar la difusión. Y no resisto el deseo de comentar con mis lectores que se trata de una pequeña obra maestra, escrita con simplici­dad y al propio tiempo con hondura, de esas que se que­dan en el mundo como inolvidables textos de sabiduría hu­mana, entre los que pueden citarse la Carta a García. Desiderata, Credo, de John D. Rockefeller, Oración de la tolerancia, de Voltaire, Oración de un padre, de Douglas Mac Arthur.

Millones de copias del libro circulan por el mundo entero. La fundación que lo patrocina nació en 1981 en Los Ángeles, California, y hoy 30 países conocen su exis­tencia y se han encargado de multiplicar las pautas de comportamiento esbozadas por el señor Hubbard. Son nor­mas tan elementales, y tan poco practicadas, como la to­lerancia con los demás, la lección del buen ejemplo, la protección del medio ambiente, el alejamiento de los vicios, el repudio de la violencia, la armonía hogareña, el domi­nio de los impulsos, la búsqueda de la verdad. El lengua­je sencillo y ameno, fortalecido por un gran poder didác­tico y sugestivo, hace el milagro de conquistar adeptos en cualquier parte.

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Esta fundación, que desde luego no tiene ánimo de lu­cro, inició actividades en Colombia en 1987. Ha adelanta­do importantes campañas para que el texto sea conocido por los colombianos, con una cobertura de unos once mi­llones de lectores en los próximos dos años.

Este hecho demuestra que las cosas positivas se repro­ducen solas. Las buenas lecturas no las borra nadie. La felicidad, que es el corolario del libro, nace de la aplicación de los 21 preceptos que en él se consideran.

«El camino a la felicidad –se lee en la parte final– es una ruta de alta velocidad para aquéllos que saben dónde se encuentran los bordes. Tú eres el conductor. Buen viaje».

 

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