Defensa de Cartagena
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Asistí en Cartagena, dentro del marco del XII Hábitat Mundial, a la conferencia dictada por Rafael Martínez Fernández, gerente de la Empresa de Desarrollo Urbano de Bolívar –Edurbe–, sobre los problemas de contaminación y salubridad que afectan, en grado peligroso, a la Ciudad Heroica.
Representantes de numerosas naciones del mundo debatieron los serios riesgos que acechan a la humanidad por falta de mayor conciencia sobre los medios de protección que deben adoptarse. Y se reunieron en una ciudad esplendorosa, reliquia arquitectónica admirada por cuanto visitante llega a sus murallas, pero atacada por el enemigo común que es el de la superpoblación del planeta.
El modernismo, que ha traído consigo falsos moldes de progreso, está acabando con la vida de los pueblos. Con la vida del hombre. Cuando el mundo era menos poblado, se respiraba más aire puro y se disfrutaba con mayor placer de los recursos naturales. Al paso de las innovaciones tecnológicas se impuso la monstruosa época industrial que todo lo ha revolucionado, y por culpa de ella el hombre, cada vez más reducido en su medio ambiente, pierde el mayor atractivo que Dios nos concedió: el disfrute de la vida.
Situados en Cartagena, vemos que la ciudad ya no es la de antes, la que se desarrollaba sin mayores amenazas bajo las brisas salutíferas del mar y el embrujo de su arquitectura colonial, sino que se viene degradando en sus aspectos de vida, hasta extremos peligrosos. La bahía, según estudios del Inderena, tiene el 70% de su área en las peores condiciones sanitarias, con tres puntos críticos de contaminación: a) el Canal del Dique (brazo del río Magdalena que desemboca en ella); b) la industria pesada y la liviana del bosque; y c) el alcantarillado de Cartagena, que vierte el 40% de las aguas negras en la bahía.
Estudiantes de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, seccional del Caribe, elaboraron para este congreso un valioso trabajo titulado El clima, la vivienda y el espacio público en Cartagena de Indias, que permite una visión amplia, en breves y estructuradas páginas, sobre el proceso ecológico y urbanístico de la ciudad. Vemos, entre otras cosas, cómo a medida que Cartagena crece, sus necesidades se desbordan por el deterioro paulatino de sus recursos naturales, por la mutilación de sus joyas arquitectónicas y la invasión desmedida del espacio público.
Como consecuencia de la ampliación de la pista del aeropuerto, la Ciénaga de la Virgen quedó aislada del mar y con aguas estancadas, que hoy representan un grave foco de infección. La invasión de terrenos, con habitantes que viven rodeados de aguas negras y carentes de sistemas mínimos de higiene, se ha convertido en un dolor de cabeza para las autoridades, tanto por el hacinamiento de la población como por la ausencia de los servicios públicos indispensables. El fenómeno de los tugurios, que se manifiesta sobre todo en los márgenes de la Ciénaga de la Virgen y en las estribaciones del Cerro de la Popa, es uno de los engendros del modernismo.
«La ciudad, en estos momentos –dice el estudio de la Universidad Jorge Tadeo Lozano–, está pasando por un período de contradicciones y desconocimientos manifiestos». Escuché de diversos labios la crítica acentuada sobre la falta de un líder grande –que no tiene Cartagena desde hace mucho tiempo– que sea capaz de rectificar la actual descomposición. Edurbe viene repicando en estos puntos críticos. Ojalá se le escuche.
El Espectador, Bogotá, 11-V-1989.