¡Bienvenida, Laura Victoria!
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
La insigne lírica colombiana, que cumple 48 años de residir en Méjico, acaba de regresar a su patria, por breve temporada, en compañía de su hija Beatriz –la célebre Alicia Caro del cine mejicano–. Laura Victoria, a lo largo de este duro destierro, ha vivido nostálgica de Colombia y siempre ha deseado el retorno definitivo, aunque esto ya no será posible por cuestiones de índole familiar.
Ahora, así sea en forma fugaz, vuelve a tocar suelo colombiano y siente que la patria se le agranda en el sentimiento. Uno de los poemas más hermosos que elaboró en la distancia es el llamado Canto a Colombia, donde repasa palmo a palmo la geografía nacional y derrama sobre ella lágrimas de ausencia. Estar de nuevo en Colombia es reencontrarse con lo más íntimo que el ser lleva en el alma. Es despertar de nuevo a la juventud y sentir, como si fuera ayer, los aplausos con que los públicos emocionados aplaudían su poesía amorosa.
Volver a Colombia será para ella, sin duda, y así mismo sucederá con Beatriz, un renacimiento de su tierra maternal, tierra ancha y absorbente que las acarició con sus aires frescos y ahora las abraza con efusión en el reencuentro. Laura Victoria nunca quiso aceptar la nacionalidad mejicana que le ofrecían, porque hacerlo era tanto como renunciar a su comarca nativa. Piensa, sin embargo, morir en Méjico, al lado de sus hijos y de sus nietos, pero invocando el nombre de Colombia.
En los años treinta la fama de Laura Victoria resonaba por los vientos de América como un eco de Colombia. Ella, con sus versos sensuales, había revolucionado nuestra poesía y se había puesto a la altura de otras famosas líricas latinoamericanas –Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni, Delmira Agustini y Rosario Sansores–, con quienes escribió los poemas más bellos de la emoción femenina. Dueña de magníficas dotes de declamadora, don tan espontáneo en ella como su propia inspiración romántica, viajó de país en país, de pueblo en pueblo, y en todas partes escuchaba las ovaciones clamorosas de los públicos enardecidos.
En el mejor momento de su actuación fulgurante, cuando todo le sonreía, tuvo que suspender, por dificultades con su esposo, sus giras internacionales. Así quedó truncada su carrera de éxitos y desde entonces, por defender la patria potestad de sus hijos, se radicó en Méjico. Para poder educarlos, y rodeada como se hallaba de apremios económicos, se ganó la vida como periodista y más tarde ingresó al servicio diplomático.
Hoy está en Colombia. Viene a recibir el homenaje que le tributarán, con la publicación de sus tres últimos libros inéditos, la Universidad Central, la Academia Boyacense de Historia y el municipio de Soatá, su patria chica.
Su obra completa es la siguiente: Llamas azules (Bogotá, 1933). Cráter sellado (México, 1938), Cuando florece el llanto (España, 1960), Viaje a Jerusalén (Méjico, 1985), Itinerario del recuerdo (Soatá, 1988), Actualidad de las profecías bíblicas (Tunja, 1989) y Crepúsculo (Bogotá, 1989).
Alicia Caro
Siendo muy joven fue contratada en el cine mejicano para el papel de Alicia, la heroína de La Vorágine. A esta circunstancia, que iba a abrirle las puertas de la popularidad, obedece el nombre artístico que desde entonces adoptó. Su desempeño como estrella al lado de las figuras más destacadas de la cinematografía mejicana, la hizo famosa. Actuó en cerca de 40 películas y su memoria ha seguido viva en el recuerdo del pueblo. Está casada con Jorge Martínez de Hoyos, uno de los artistas más renombrados del cine azteca.
Laura Victoria y Alicia Caro, cada cual en su campo, le han dado honor a Colombia en el exterior. Sean bienvenidas a su patria.
El Espectador, Bogotá, 25-I-1989.
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Comentarios:
Me alegra tener en mis manos Crepúsculo, su precioso y denso libro cuya primera hojeada me hizo sentir con igual intensidad el estremecimiento juvenil de Llamas azules. Vicente Landínez Castro, Barichara.
Qué alegría: vino Laura Victoria al país, y con ella, su leyenda y su poesía. Óscar Londoño Pineda, Cali.
Maravilloso el libro de Laura Victoria, el cual me ha puesto en paz con la poesía. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.