Vivir es resistir
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Tres solidarias amigas de Armenia —Emma, Lelia y Marina— me envían, a propósito de la transmisión por televisión de mi novela Destinos cruzados, una amable tarjeta que no resisto los deseos de compartir con mis lectores:
«Las metas del hombre necesitan de empuje, decisión, esfuerzo, sacrificio y del deseo que este tenga para conseguirlas. Una vez cumplidas, la satisfacción personal es premio que se acompaña del conocimiento general, pues la sociedad sólo reconoce logros mas no esfuerzos. Su labor en la obra que hoy difunde la televisión es un logro fruto de esfuerzos y constancia».
iQué bien suena esto! Cuando leí la confortante esquela volví la memoria y el recuerdo a la cara ciudad de Armenia, mi escenario de luchas y realizaciones por espacio de 15 años. Armenia, la joven y pujante urbe del café, es modelo de superación. En su plaza principal el maestro Rodrigo Arenas Betancourt erigió, como tributo al temple de una raza, su célere Monumento al Esfuerzo, una alegoría cósmica que pinta al hombre emergiendo de la cepa de un árbol y lo lanza al espacio —musculados los brazos con la savia del café y amplia la mirada con el ardor de la tierra bravía—, en plan de vuelo y liberación.
Armenia para mí es esa plaza de esfuerzos donde estructuré mi salida de escritor. Plaza sufrida, porque siempre el inicio de la carrera literaria lleva marcado el rigor de los desvelos. Para ser escritor, y esto lo sé ahora mejor que antes, hay que renunciar a muchas cosas. Hay que mantener erguida la moral y firme el carácter.
Siendo la vocación más solitaria del mundo y la más incomprendida en esta era de estrépitos, frivolidades y ambiciones materialistas, el producir una obra, por modesta que sea, implica muchos desgarramientos. Avanzar con el equipaje de unos libros, entre el tráfago de estos tiempos ligeros y deshumanizados, es batalla de titanes.
Las damas armenias recuerdan que la sociedad reconoce logros pero no esfuerzos. El mundo, en efecto, y lo mismo el de la gran empresa que el estrecho de las letras, se olvida del sacrificio callado y sólo se fija en los triunfos, en las ganancias. Obtenida la victoria, poca gente pregunta cómo se consiguió. Como además la humanidad vive de ficciones y oropeles, supone que el ascenso fue fácil y que a las metas se llega con padrinos poderosos o
Con el impulso de la buena suerte.
Una de las reglas del éxito es perseverar. La vida no se concibe sin resistencia. El triunfo lleva implícito el esfuerzo. El escritor debe imponerse grandes vigilias y privaciones para ver, algún día, una luz en lontananza. Y debe saber que el mundo, sobre todo el mundo del dinero, del poder y la arrogancia, lo ignora y lo pisotea. Pero es el escritor el que se prolonga en el tiempo y escribe la cultura de los pueblos.
A mis generosas corresponsales quiero anotar lo siguiente: el que la telenovela en programación tenga o no éxito, es secundario. Lo significativo es que se dio un paso más. Empujar una obra hasta la televisión es una dolorosa faena en el medio artístico colombiano, tan duro y cicatero. Los canales de comunicación de masas se vuelven a veces inaccesibles.
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De la ciudad de Armenia, mi plaza del esfuerzo, me llega un mensaje de aliento. Esto de por sí es un triunfo. Los desvelos del escritor valieron la pena. Es preciso hacer público este episodio para que otros escritores, lejos de desanimarse y renunciar a la sufrida faena, resistan. Después llegará la madrugada.
El Espectador, Bogotá, 14-III-1988.