Reglas de periodismo
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
La prensa es el eco de la sociedad. Por eso, todo tema cabe en un periódico. El misterio consiste en el tratamiento de las ideas. Hay cronistas tan hábiles –como lo fueron Luis Tejada, Jaime Barrera Parra, José Umaña Bernal, Armando Solano, Luis Eduardo Nieto Caballero, Calibán o Klim, para citar algunos de los maestros de la crónica periodística–, que de los asuntos más comunes elaboraban verdaderas piezas literarias.
El periodista debe tener siempre en cuenta que es un escritor. Azorín consideraba el periodismo como el primer género literario, «porque le permitía entrar diariamente en inmediata comunicación con los lectores». No en todo periodista existe un escritor. El periodista olvida a veces que debe huir de lo accidental y lo efímero para producir textos trascendentes. Tratando lo actual, algo tan fugaz como las horas que envuelven el diario acontecer de la vida, se pueden armar obras duraderas.
Fue lo que hizo Luis Tejada, en forma magistral, con sus Gotas de tinta. El periodista experto no se conforma con relatar hechos insulsos, con tocar noticias que mueren al día siguiente, a la hora siguiente, sino que aprisiona el instante, lo detiene y lo plasma como eslabón social o cultural. Si en Tejada no hubiera existido un gran escritor, temas tan simples como el del perro sin cola, la mal vestida, la biografía de la corbata, los cordones, las meditaciones ante una butaca (asombrosos ejercicios de sicología), hubieran sucumbido por inercia y no serían hoy modelos de penetración y arte periodísticos.
Cuando ya todo ha sido presentado infinidad de veces por los escritores de todos los tiempos, cualquier asunto es trivial. Pero no existe ningún campo de la inteligencia desgastado. Todo depende de la manera como se trabaje. «El escritor original no es el que no imita a nadie, sino aquel a quien nadie puede imitar», manifiesta Chateaubriand. Valéry fue escritor profundo, no por las cuestiones elementales que abordaba sino por la profundidad que les imprimió. «Sin poesía no hay escritor posible», sostiene José Umaña Bernal.
Si de la noticia cotidiana se hace algo novedoso, resulta la deseable categoría que se deja perder cuando no hay profesionalismo. Claridad, color, precisión, ritmo, amenidad, fluidez, son componentes para conseguir lo que se llama la magia del estilo.
Siendo los lectores las personas más importantes del periódico, si la comunicación con ellos no se humaniza y se vuelve amable, los lazos con el público están rotos. Cualquier materia llama la atención de los lectores. En el periódico se recrea la humanidad, y ésta responde siempre a las ansiedades y las emociones, las alegrías y las tristezas, los misticismos y las frivolidades. Para todo hay público. Pero si en la noticia no se halla incorporado el hombre, el periodista estará perdiendo el tiempo.
El estilo ameno, lo mismo en la nota editorial que en la página de pasatiempos, es el nervio mayor que maneja la vida del periódico. En la sencillez se apoya el arte. Por eso, los estilos afectados, los pomposos, los doctorales, los fogosos, que suelen hallarse en los diarios, no son de buen recibo entre el público. Una vez se quejaba Azorín: «¡Cuántos escritores, profundos, cultos, eruditos, escriben en los periódicos! ¡Y qué pocos periodistas!».
El buen periodista debe suscitar polémicas por sus ideas, pero no prestarse para la polémica personal. No es aconsejable responder críticas ni ataques, que por lo general se formulan con pasión o con ánimo de notoriedad, si esto conduce a estériles enfrentamientos que colocan a los lectores de víctimas. El público es el mejor juez.
No existen fórmulas precisas para escribir bien. El estilo no se gradúa en universidades. El escritor nace pero también se hace. La autocrítica, la disciplina de corregirse todos los días, la lectura constante, la serenidad del juicio, el buen manejo del idioma, las ideas claras, la ética, son reglas de oro para ganarle la partida a la mediocridad. El periodista es algo más que un emborronador de cuartillas. Su mayor compromiso es el de ser testigo del tiempo.
El Espectador, Bogotá, 28-X-1988.
Revista Manizales, Enero de 1989.