Las alas de monseñor
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Ya no es alarmante que se quiebre otra entidad financiera. El país se acostumbró a ver desaparecer, de la noche a la mañana, los dineros de miles de compatriotas que habían confiado sus capitales a la presunta seriedad de esos organismos y no previeron el momento de la catástrofe. El Estado colombiano, paternalista en muchos casos, y negligente en la mayoría, ha entrado a auxiliar, naturalmente con los impuestos nacionales, a los confiados inversionistas que habían creído en los controles fiscalizadores, o sea, en el mismo Estado.
Producido el descalabro, vienen los juicios de responsabilidades; juicios que por lo general sólo se ventilan en las páginas de los periódicos, ya que los inculpados quedan luego absueltos por la justicia o sólo reciben una pena mínima.
En esta cadena de defraudaciones quiebra también la Caja Vocacional, entidad con aliento eclesiástico, y monseñor se lava las manos. Le echa la culpa al gobierno de Belisario por no haber impedido el desastre. Con los periodistas se pone furioso cuando lo interrogan. Le molesta que se dude de la buena administración que ahora todos echan de menos. Monseñor Abraham Gaitán Mahecha es, como fundador y director de la Caja, pieza clave del engranaje ahora en ruinas. Pero no admite que se critiquen sus errores administrativos.
Responde en malos términos y con ánimo camorrista. Aleja a la prensa y se indispone con todos. Monseñor, que por su carácter eclesiástico debiera mostrarse humilde y moderado, se ha convertido en un caso explosivo. Con su actitud enturbia la buena imagen de la Iglesia. Y el país, que no sale de su estupor, contempla indignado este episodio de arrogancia y belicosidad, insólito en un sacerdote, mientras las caravanas de ahorradores hacen cola en las cajas del Estado paternalista.
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Otro monseñor, el ilustre obispo de Pereira y presidente del Celam, muy amigo de la publicidad, se desmide en sus declaraciones públicas. La locuacidad no es buena consejera, y parece que monseñor Darío Castrillón, que posee buena prensa —el caso contrario a monseñor Gaitán—, se ha dejado llevar por cierto entusiasmo y cierta ligereza en sus opiniones.
Cuando existe liderazgo, como lo tiene monseñor, hay mayor riesgo de incurrir en excesos verbales. La notoriedad debe manejarse con moderación. El expresidente López Michelsen manifiesta que le ha perdido la fe a monseñor Castrillón. Esto es deplorable.
Recordará ahora el doctor López el episodio bochornoso para la ilustre dama pereirana a quien había nombrado como gobernadora de Risaralda y que no pudo posesionarse ante las presiones de monseñor, que argumentó como impedimento el de estar separada de su matrimonio católico, no obstante llevar una vida ejemplar en su segunda unión. El escándalo lesionó, en forma grave, la honra de la dama, y el capítulo quedó escrito como exceso inexplicable de quien se opuso al nombramiento presidencial.
El Espectador, Bogotá, 15-VIII-1987.