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La sombra que crece

martes, 1 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El secuestro del doctor Álvaro Gómez Hurtado se convierte en uno de los mayores motivos de perturbación nacional de los últimos tiempos, sumado a otros graves episodios con que se busca desestabilizar al Estado. Aquí no se trata del crimen contra una persona que, por respetable que sea, sería  doloroso percance que apenas sacudiría la sensibilidad de una familia o de un círculo de amigos. Este atentado es contra el país, y ni siquiera contra el sólo partido de la víctima, ya que hay hombres, como en el caso de Gaitán y ahora de Gómez Hurtado, que encarnan un pueblo.

El doctor Gómez, que ha dedicado su vida al servicio de la patria, pierde su condición particular para volverse patrimonio común de los colombianos. Sea cualquiera el campo ideológico en que cada ciudadano esté localizado en esta encrucijada de la violencia, donde quedan desdibujadas las líneas de los partidos, debe reconocer que cuando se ataca a un líder nacional, de la corriente política que sea, se agrede a toda la Nación.

Así como un día dijo Gaitán que el hambre no era liberal ni conservadora, debe afirmarse que la violencia golpea a todos los ciudadanos sin distingos políticos. Solemos vivir enre­dados en discusiones bizantinas acerca de los partidos tradicionales y cada cual se consi­dera superior a su contrincante doctrinario, como si en realidad existiera una doctrina privi­legiada o un partido con soluciones mágicas para salvarnos de la hecatombe a que hemos llegado.

Ambos partidos poseen hondas fórmulas de contenido social, que no se aplican dentro de esta reyerta eterna y hasta patológica en que los colombianos se disputan un milímetro de superioridad y se olvidan de la suerte general de la patria. Nadie quiere ceder en sus egoísmos y ambiciones; y bajo esa sinrazón, la violencia se atiza todos los días.

Cuando la patria en verdad estuviera por encima de los partidos, nacería el clima ideal para encontrar los caminos lógicos del entendimiento y la convivencia pública, sin los cuales el horizonte es cada vez más sombrío. Colombia no se salvará sino con el concurso de todos los ciudadanos.

Ha sido el doctor Álvaro Gómez Hurtado un predicador sensato del  equilibrio social como base del progreso. Es uno de los dirigentes con mayor iniciativa y que ha propuesto vigorosas reformas sociales, por lo general desoídas en este turbión de los odios po­líticos y las malquerencias tradicionales. Amante de la democracia y profundo conocedor del país, además de estudioso y reflexivo, posee mente clara para descifrar el laberinto que mantiene obstruido el camino de las solu­ciones.

En sus discursos, escritos y notas periodísticas ha prego­nado, con firmeza y talante —su palabra preferida para calificar el carácter—, medidas audaces para la eficiente conducción del Estado. Tal vez frustrado por la dura lucha de tantos años, en la que se le ha combatido con dureza y no se le ha entendido en sus cabales propósitos, está, sin embargo, en el mejor momento de su liderazgo na­cional. Tanto es su significado, que los jefes de la subversión lo toman como pieza de ajedrez para forzar un viraje de los acontecimientos.

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La sombra de este caudillo crece en la oscuridad. En la oscuridad de su cautiverio, de donde saldrán luces para el gran diálogo nacional que todos pedimos y que se hace esperar; diálogo sin el que será impo­sible la salvación del país.

El Espectador, Bogotá, 13-VII-1988.

 

 

 

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