La molicie burocrática
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
A menos de dos años de puesto en marcha el programa Colombia Eficiente, así bautizado por el Gobierno en su propósito de inyectarle mayor dinamismo a la administración, los representantes del sector privado desisten de ese empeño por considerar que ha fracasado el plan. Mario Suárez Melo, de la Cámara de Comercio, Francisco Mejía Vélez, de la Andi, y Enrique Luque Carulla, de Fenalco, reconocen que han perdido la batalla contra la burocracia inoperante.
Esto ya lo presentía el país. El público lo palpa a diario en sus contactos, menudos o de mayor entidad, con los despachos oficiales. Cualquier diligencia en el sector público, por simple que parezca, se torna enredada, fatigante, excedida. El Estado, que debiera ser modelo de rapidez y eficiencia, se ha convertido en un paquidermo indomable. Queda demostrado, una vez más, que la tramitomanía colombiana es patológica y que la vocación de servir –el mayor atributo de la empresa particular– es flor exótica en los terrenos oficiales.
La lentitud, la desidia, la descortesía, el ánimo de complicar parece que fueran reglas de la burocracia. Hasta el trámite más elemental se hace pesado. Muchas veces hay que acudir al intermediario, el apéndice inevitable en esta maraña indescifrable, para sacar adelante un cometido. El ciudadano honesto, no acostumbrado a la indolencia y la ordinariez de empleadillos que ni saludan ni responden el saludo, sale enfermo de estos recintos de tortura.
El eterno papeleo, o sea, el laberinto que haría desesperar al santo Job, es el mayor enemigo de la eficiencia. Los formularios se reforman y se vuelven a reformar; los procesos se corrigen y se vuelven a corregir; los jefes están siempre en junta y los subalternos no se localizan en sus puestos de trabajo. En suma, la administración no marcha. Y el pobre contribuyente, que somos todos, choca contra esta muralla de ineptitud que pretendió superar el Gobierno con el concurso del sector privado. No todas las oficinas, desde luego, siguen el mismo derrotero, y en algunas, que son contadas, el sentido de colaboración es ejemplar.
Los ilustres renunciantes dicen que hay intereses creados para impedir el avance técnico que pretendieron implantar. La resistencia al cambio, que denuncian como creciente, desestabilizó la acción. Aparte de tratarse de una burocracia renuente, está movida por hábitos y resabios tradicionales.
Para que el plan opere, como ellos mismos lo recomiendan, se requiere que toda la administración, comenzando por las altas posiciones, se comprometa en la necesidad de hacer del servicio público una bandera social. Hay que sancionar a los funcionarios que entorpecen la operación.
Pero no todo está perdido. Es preciso registrar los logros obtenidos por esta comisión de alto nivel en no pocas realizaciones. El mismo hecho de señalar las trabas de su misión y de pedir mayor coherencia gubernamental es una manera de colaborar hacia el éxito de esta iniciativa que en modo alguno debe descuidarse. El esfuerzo fue grande y como consecuencia de él queda una base firme para seguir sacudiendo la molicie de la empedernida burocracia.
Si se tomara como modelo la organización dinámica de la Cámara de Comercio de Bogotá, entidad dirigida por uno de los asesores de la campaña deteriorada, Colombia sería en realidad eficiente.
El Espectador, Bogotá, 4-VII-1988.