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Bogotá sin vías

martes, 1 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

No sabemos cuántos habitantes tiene Bo­gotá: 5 millones, según el censo, 6 millones, según rumores callejeros, más de seis millones, según la realidad. Esa realidad será siempre flotante, porque la ciudad aumenta todos los días de población. De toda Colombia convergen, en forma  silenciosa  y continua, núcleos humanos que atraídos por la aventura del progreso piensan encontrar aquí las oportunidades de subsistencia y empleo que no tienen en sus lugares de origen.

Nada tan engañoso. Esa ficción de la metrópoli que al­canza para todos es la que produce la tremenda congestión de seres y de angustias que hacen  invisible el hábitat capitalino. A Bogotá se llega por todos los caminos y, después, por más dificultades que agobien la existencia, no se regresa. Para el provinciano, conquistar la capital es como subir a un potosí. Siempre, en la lejana provincia, se cree que esta ciudad fosforescente y magnética representa el porvenir.

Y no se calcula que ese por­venir puede ser tan negro como suelen ser negras las ilusiones desenfocadas. Cuando más tarde encuentra el peregrino que la ciudad le es adversa y que en ella no corren los ríos de prosperidad con que había soñado, ya pertenecerá al re­molino social de los grandes centros, donde el hombre, cada vez más insignificante, lucha por una tabla de salvación en medio de borrascas devoradoras.

Bogotá crece a ritmo verti­ginoso y despropor­cionado. Los problemas urba­nísticos —de vivienda, de calles, de servicios públicos— son apabullantes. La capital parece un hormiguero que ya no resiste tanta invasión. Y como el em­pleo no está a la vuelta de la esquina, ni afloran las oportu­nidades que se suponían, mu­chos provincianos, sometidos a la vagancia y a las eternas esperas, terminan engrosando los caminos de la delincuencia.

Circular por las calles bogo­tanas se ha convertido en un calvario. El tránsito es caótico. Las vías no alcanzan para la multitud alocada de todo tipo de vehículos —incluso de tracción animal— que se agitan como ruedas sueltas de un enredo fenomenal. Las grandes arte­rias, diseñadas para el trans­porte veloz, son las más atas­cadas porque hacia ellas corren todas las esperanzas. Mientras en la capital del Japón se construye un túnel de 50 kiló­metros para descongestionar las calles, en Bogotá no tenemos siquiera un metro liviano.

La Avenida 19

Veamos  un  ejemplo típico del desbarajuste capitalino. La Avenida 19, vía clave del norte de la ciudad, se volvió traumática. El avance acelerado que han tenido los barrios vecinos a Unicentro ha creado otro caos vehicular. Por la 19 se desplaza la numerosa población de Cedritos, y como en alrededores están ubicados barrios vigorosos, se ha llegado a otro nudo que frena el desarrollo urbano.

Al ser declarada la 19 zona comercial, el sector se desbordó. Se valorizó a pasos agigantados, como lo analizaba José Salgar, y al mismo tiempo ha disminuido su sosiego. La Avenida 19, hace un par de modelo de ingeniería, ha reducido su eficacia. Le falta el aporte de otras vías para agilizar el tránsito. A toda hora permanece repleta de vehículos. Los semáforos son insuficientes. El terreno presenta desniveles y los baches se dejan avanzar.

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Hay una conclusión obvia: Bogotá crece sin orden ni previsión. Sectores dinámicos, como el que se comenta, pierden atractivos y se deterioran por carencia de una visión real sobre el progreso. La ciudad se mantiene con puertas abiertas a todo el país, y sin vías humanas. Las anuló el gigantismo.

El Espectador, Bogotá, 23-III-1988.

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