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Arenas Betancourt y la libertad

martes, 1 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Gran éxito consigue la socióloga y directora del De­partamento de Investigaciones de la Universidad Central, María Cristina Laverde Toscano, con el libro que ha titu­lado Rodrigo Arenas Betan­court: el sueño de la libertad, pasos de una vida en la muerte. Y la Universidad Central, bajo el ejemplar liderazgo del doctor Jorge Enrique Molina Marino, demuestra, con la publicación de este hermoso libro, su conocido interés por la cultura nacional. Si todas las univer­sidades colombianas dieran el ejemplo que está dando la Central con la edición de sus­tanciosas obras, de variados géneros, se lograría un piso más firme para la formación de las juventudes.

Es justo colocar esta publi­cación en la categoría de los libros preciosos, por la calidad del papel, el arte en el diseño y la diagramación, las bellas fo­tografías y el selecto contenido. Para darle a cada cual lo que le corres­ponde en el proceso editorial, hay que mencionar la técnica con que la Editora Guadalupe ha elaborado el libro, el profe­sionalismo de las fotos tomadas por Antonio Nariño al escultor Arenas Betancourt y a varios de sus monumentos y esculturas, lo mismo que a los dibujos rea­lizados durante su cautiverio, y el acertado diseño y diagra­mación de Diana Castellanos.

Este gran reportaje que es el libro, preparado por María Cristina Laverde después de profundo estudio de la perso­nalidad del artista —para lo cual contó con la asesoría de Otto Morales Benítez, una de las personas que mejor conocen a Arenas Betancourt— tuvo el viraje sorpresivo provocado por el secuestro del personaje, cuando ya María Cristina había cumplido con el plan trazado.

Vino, meses después, ya rescatado el maestro, una segunda en­trevista que ella titula Pro­meteo encadenado, en la que un nuevo hombre es el que habla: el que regresó de la muerte a la vida. Libro, por consiguiente, concatenador del drama del secuestro y del conflicto espiritual de quien siempre ha pregonado, en su obra y en sus ideas, el im­perio de la libertad como derecho inalienable de la vida.

Rodrigo Arenas Betancourt es, sin embargo, un enamorado de la muerte. Pero concibe la muerte —que es una constante de su obra— como un proceso natural y además la embellece con las dotes del artista; y no como trance brutal, de re­presión, de destrucción de la personalidad.

El suplicio a que fue sometido, donde la muerte fue su compañera acechante durante 81 días infernales de angustia e impotencia humana —incluso para suicidarse—, trastornó la razón de este hombre ilustre que ha tenido tan arraigado el repudio a todo tipo de violencia y tan a la mano el camino del emigrante. En el cautiverio, en cambio, todo había concluido: no podía mo­verse, ni respirar a gusto, ni oír con placer el canto de los pá­jaros, ni  pensar sin tortura mental, ni ponerle alas a la libertad…

En Arenas Betancourt existe, tal vez, un escritor frustrado: es de todas maneras gran escritor, como lo de­mostró  en  Crónicas  de la errancia,  del amor y de la muerte, ensayo autobiográfico que contiene su pensamiento sobre la tragedia del  hombre,  tomándose  él mismo como prototipo de peregrinajes  y  desarraigos, de angustias y desesperanzas.

¡Qué gran razonador es el maestro! La plasticidad y belleza de su lenguaje y la nove­dad de sus tesis vuelven a estar palpitantes en el reportaje de María Cristina —a quien tam­bién hay que exaltar por el tino de sus preguntas— y aquí la dimensión del filósofo es supe­rior después del regreso a la libertad.   Quedamos ansiosos por leer Los pasos del condenado, que  se  encuentra en proceso de edición, donde esta alma cósmica se da el lujo, de frente a su negro e impredecible destino, de dialogar con la muerte.

*

Hoy, la libertad para el maestro ha afianzado el que es para él —y debiera serlo para sus verdugos— el mayor precio de la libertad: el amor. «Es preciso —dice— retornar al amor; aprender de nuevo a amar: amar el arte y la cultura; amar a la patria y al ser hu­mano. Nos hemos hundido en un proceso de desamor en el que todos destruimos lo poco que tenemos..

El Espectador, Bogotá, 13.VI-1988.

 

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