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¿Por qué no ensayar la paz?

martes, 1 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

La angustiada pregunta de don Guillermo Cano, formula­da en momento crucial de la violencia colombiana, conti­núa sin respuesta. La sangre sigue corriendo y pone to­dos los días nuevas cruces clamorosas. Todos los sistemas del terrorismo han sido ejecutados. Nada nos falta por practicar.

¿Por qué no ensayar la paz? ¿Qué nos deja esta ola de violencia? Sólo dolor y espanto. Ya no caben más víc­timas en las estadísticas de la muerte. Nos estamos destrozando en una guerra ciega, guerra de pasiones e iniquidades que no ha tenido ni podrá tener vencedores. Nadie gana en esta refriega del exterminio.

¿Por qué se matan los colombianos? Pregunta sin respuesta. Lo único cierto es que nos correspondió vivir en una sociedad de odios. En esta matanza indis­criminada, donde caen los buenos y caen los malos, un grito de terror se escucha en Colombia. Ese grito, po­tente alarido de orfandad y angustia, repercute en otras naciones, en el mundo entero, y nos identifica como pueblo salvaje. Pueblo indescifrable, lleno de ren­cores y sin ánimo de reconciliación.

¿Por qué no ensayar la paz? Fue una voz solitaria que se dejó oír en una tregua de la guerra, cuando se abría paso la fórmula de la amnistía. Los grupos alzados en armas ya habían cometido las mayores atrocidades. La muerte violenta se había enseñoreado de los campos y las ciudades. La sangre de las personas sacrificadas de­jaba viudas y huérfanos inconsolables.

Don Guillermo Cano, apóstol de la paz, predicó resuelto su evangelio. Una ráfaga monstruosa le arrebató el uso de la palabra. Con su propia sangre pagó su invita­ción a la reconciliación. El panorama de Colombia se oscureció con el atentado horripilante. La patria vol­vió a erizarse en la tragedia insondable que silencia­ba una de las voces más respetables, y la más valiente, de la resistencia al caos.

Y el caos sigue avanzando… Situados en un momento sin grandeza, todo se derrumba, todo se aniquila. A Co­lombia le llegó la maldición satánica. Ya no es posible concebir mayor torpeza histórica. Enfrentados los ejér­citos en la vehemencia de la guerra, el furor es el úni­co motivador de esta desgracia colectiva que nos empuja a ser miserables. Ya ni siquiera el ánimo tiene fuerzas para el optimismo.

Todo se ha ensayado, menos la paz. Se ha transitado desde la represión hasta el perdón, y la guerra continúa. A los propósitos de paz se responde con descargas cerradas y con muertos hacinados. Se asesina en montón, para que las cuentas rindan más. La sangre se desborda por los caminos de la barbarie. El alma colombiana, alma pura e indefensa, clama a los cielos por el cese del fuego.

Hace seis años, el 14 de noviembre de 1982, don Gui­llermo Cano pedía ensayar la paz. Proponía un desarme de los brazos y de los espíritus. Su vocación pacifista, cual la de otro Gandhi, ayudaba en el desierto de Co­lombia para que no hubiera más metralleta ni más fero­cidad. Los violentos lo tomaron de blanco y pretendie­ron quitarle la bandera de la paz. Lo asesinaron, pero la bandera pasó impoluta a otras manos y a otros espíritus.

*

Leo ahora el libro suyo que surgió de aquella encru­cijada de la muerte. Repaso sus vibrantes escritos sobre la convivencia de los colombianos. Y siento turbada el alma con la sinrazón de la guerra. Cuando se abren los diarios o se escucha la radio o la televisión, sabemos que aquí, en este país que se dice civilizado, impera la ley de la selva. Al leer el último de los ensayos, cierro el libro luctuoso y vuelvo a encontrarme con la paloma promiso0ria y con el título  sobrecogedor: ¿Por que no ensayar la paz?

El Espectador, Bogotá, 24-XI-1988.

 

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