Los 450 años de Tunja
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Carlos Eduardo Vargas Rubiano, el famoso Carlosé del acordeón y la simpatía, que una vez fue alcalde de Tunja, es el líder de los 450 años de vida que celebrará la ciudad en 1989. No ha podido conseguirse maestro de ceremonia más entusiasta para despertar el marasmo de la noble villa. Habrá que asociar el acordeón —con el que acabade celebrar en el Club Boyacá la salida al público de Los pecados de doña Inés de Hinojosa, la excelente novela de Próspero Morales Pradilla— con la necesidad de ponerle aire de fiesta a la placidez tunjana.
En buena hora Carlosé integra, como delegado del presidente de la República, la comisión designada para coordinar las obras con que la nación se vinculará al suceso boyacense. Oportunidad excepcional para planear desde ahora la acometida de progreso que Tunja, adormilada en el sueño de su pasado glorioso, requiere como inyección para aliviar sus apremios. No se explica, y menos se justifica, que la ciudad más importante en los tiempos de la Colonia haya caído hasta el grado de abandono que muestra en la actualidad.
En esto, digámoslo sin vacilaciones, ha jugado papel determinante la ingratitud de la nación. Bolívar llamó a Tunja cuna y taller de la libertad. Pero los tiempos sucesivos se olvidaron de esta grandeza. El Gobierno Nacional ha mantenido marginada a Boyacá. Los auxilios centrales, abundantes para otros lugares y que en el caso de Boyacá llegan por cuentagotas, deben compensar con generosidad lo que ha dejado de dispensarse en tanto tiempo. Pedimos que el acordeón de nuestro paisano se haga sentir con la sonoridad que él sabe transmitirle, la misma con que hizo vibrar los salones del Club Boyacá para recordar a la pecadora de doña Inés.
Será un acordeón melodioso y rebuscador. Tal vez, ahora sí, Tunja tenga agua después de 450 años de sequía; cuente con luz y eficientes servicios públicos; mejore la condición de sus barrios; incremente sus fuentes de turismo; embellezca su patrimonio colonial, y consiga, en definitiva, obras de auténtico desarrollo para abrirle paso al futuro.
A los ritmos del himno boyacense es posible, además, que el dilecto amigo le recuerde al Gobierno la urgencia de impulsar la carretera Central del Norte, que lleva 80 años de desesperante lentitud por la geografía del departamento, y cuyo destino final es la ciudad de Cúcuta.
Esta parsimoniosa carretera, la más sufrida de las redes nacionales —tanto como la raza boyacense, tan cantada por Armando Solano—, es estratégica para el surgimiento de inmensas regiones desaprovechadas de Boyacá y los dos Santanderes. Desde el gobierno del general Reyes, que le dio el principal empuje, y después en el del general Rojas Pinilla, que ejecutó la reconstrucción de la vía Bogotá-Tunja, no ha habido otro mandatario que haya emprendido una acción de verdadero dinamismo. Uno y otro, ilustres hijos de Boyacá, comprendieron la importancia de esta vía para el adelanto del país.
Norte de Santander está embotellado por falta de carreteras. La que une a Cúcuta con Bucaramanga, aceptable en los tiempos en que los venezolanos hacían turismo productivo para Colombia, se encuentra hoy en lamentables condiciones. Y la del Norte, la cenicienta triste, no tiene cuándo llegar a la meta. La pregunta es obvia: Y si no es Barco, ¿quién?
Le ha llegado su hora a Tunja. Que ojalá beneficie a todo el departamento. Boyacá se siente estimulada con estos preparativos de fiesta. La batuta se halla en magníficas manos. Con acordeón y trabajo laborioso vamos a despejar el horizonte. Es preciso formular otra pregunta: Si no es Carlosé, ¿quién?
El Espectador, Bogotá, 4-V-1987.