Libreta de Apuntes
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Colombia podría leerse a través de la Libreta de Apuntes de Guillermo Cano. Ningún espacio periodístico tan revelador del país en los últimos años como este almácigo de tierra fresca donde semana tras semana se siembra para el futuro, con el abono de la hora presente, la historia nacional.
Es periodista discreto e insomne, descendiente de noble estirpe, el que escarba en el alma de la patria y sabe extraer el filón preciso para debatir, con la garra y el sentido crítico de los Cano, los grandes temas de la actualidad. Buena falta les hacen a los pueblos estas conciencias independientes y respetables.
Por eso la Libreta dominical se ha convertido en punto de referencia de nuestras costumbres y nuestros conflictos. Ya los colombianos nos hemos acostumbrado a encontrar en el ala izquierda de El Espectador, todos los domingos, el análisis del hecho más candente de la semana, expuesto con la certeza, la claridad y el coraje de quien aprendió a hacer periodismo cabalgando a contrapelo de los demás.
Ser periodista es ser rebelde y nunca transigente. El bien público reclama una inconformidad obstinada. El buen periodista no puede ser incondicional con los gobernantes ni adulador de los poderosos.
Debe ser, por el contrario, implacable con los vicios públicos y protector de los humildes. Pocos oficios demandan tanta entereza, carácter y pulcritud como este de glosador de la vida del pueblo, cuyo significado, hallándose atado a lo inmediato, debe trascender más allá de lo efímero y lo circunstancial para encontrar lo que podría llamarse la almendra de los tiempos.
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Guillermo Cano recibió de sus ancestros y transmite a sus descendientes la escuela de esta raza de luchadores y pensadores, que tal vez sea esa la calificación más precisa que pueda señalarse para este itinerario de periodistas cabales. Con los principios imprescindibles de la ética profesional, el apego a los valores fundamentales del hombre y la sensibilidad para interpretar los signos más destacados del momento, que luego han de convertirse en medios de orientación social, los Cano han escrito para Colombia, cada cual en su hora y en su sitio, buena parte de la historia contemporánea.
Han estado presentes en los grandes momentos del país, por lo general sufriendo los rigores de las dictaduras y los abusos del poder; han convertido su cátedra en diario ejercicio del buen ciudadano; han criticado lo criticable, a riesgo de la propia tranquilidad, y han estimulado lo que debe estimularse como lección general. Es una cofradía de patriotas, de artesanos de la palabra y la noticia, de cultivadores de la inteligencia, que nacieron y se reproducen con el vigor de las recias personalidades.
A nadie sorprende que este año el Premio Nacional de Periodismo haya caído en la persona de Guillermo Cano, con el reconocimiento por «la atención periodística a todos los hechos básicos de la vida nacional en 1985, la anticipada denuncia del peligro del Ruiz, la claridad en los conceptos y en la forma y el coraje de buen periodista». Se corrobora así, una vez más, que el periodismo auténtico es un talante, una norma de vida que corre por la sangre y sólo se aprende al pie de la trinchera.
Gabriel Cano le insinuó a su hijo —y éste dice que le ordenó, con la visión del maestro— que bautizara su columna periodística con su propio nombre para debatir los temas nacionales. El anonimato del editorialista debe despejarse eventualmente para revelar su personalidad.
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Así nació Libreta de Apuntes. Es un espacio con dueño, con sello propio, y si el triunfo es también para El Espectador —galardón que habría que anticipárselo al aniversario que se aproxima—, la hazaña es personal.
Dentro de la modestia del agraciado, esta nota de exaltación no cabe en las páginas de El Espectador. Pero como nuestro Director se ha vuelto noticia, y las noticias son para registrarlas, no le queda otro remedio que aceptar, así sea a regañadientes, su propia categoría.
Hecho que, por lo demás, es motivador para los que directa o indirectamente estamos vinculados con la casa periodística y comprometidos con el reto de las buenas enseñanzas.
El Espectador, Bogotá, 12-II-1986.
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Comentario:
Ni una coma, ni un punto, ni una tilde faltan en su Salpicón de hoy. El país entero estará solidario con usted. Le van a sobrar a usted felicitaciones y yo sumo las mías. Esta página merece marco. Siempre se ha elogiado el periodismo de don Guillermo Cano, pero no recuerdo haber leído algo tan emotivo, tan perfecto como este Salpicón. Carlos Vásquez Posada, Barranquilla.