Universidad del Quindío
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Fue fundada como una terapia contra la violencia. Esto ocurría hace 25 años, en el gobierno del doctor Alberto Lleras Camargo. Sin ser el Quindío todavía departamento, se estableció sin embargo el centro docente atendiendo el clamor de la ciudadanía que reclamaba un mejor futuro para las nuevas generaciones.
Nada mejor, para propiciarlo, que crear una mentalidad distinta. Era preciso aislar el morbo de la pasión fratricida que azotaba la región. Las juventudes sucesivas no tenían por qué ser víctimas de ese virus maldito y para eso nada tan indicado como despejar el horizonte. Había que lavar el cerebro de los quindianos. Había que derrotar la negra noche.
Armenia era apenas la aldea minúscula que no dejaba sospechar las dimensiones de la urbe actual, y la noticia de la universidad se recibió con desconcierto. Tal vez se creía que ésta le quedaba grande a la moribunda. Pero otras cabezas pensaban con criterio de futuro y con propósito de rectificación.
Un respetable grupo de damas y caballeros tocaba sin cesar en muchas puertas y todas permanecían cerradas. La violencia, entre tanto, continuaba arrasando las parcelas y exterminando las familias. Seres inocentes y por añadidura trabajadores y honrados, como son los quindianos, pagaban con su sangre y la sangre de sus hijos la equivocación del sectarismo.
Fundar una universidad en medio de este panorama desolado, por más utópico que sonara el plan para la villa ya casi borrada del mapa, era la respuesta contundente a los intentos de aniquilación. Y las puertas seguían cerradas…
Pero aquel grupo de ciudadanos que se esforzaba entre sombras contra las trabas capitalinas, a veces tan indescifrables como pugnaces y omnipotentes, no desfallecían en su fiero combate. Fue el doctor Otto Morales Benítez, ministro entonces de Agricultura, quien se convirtió ante el Gobierno en vocero de esta provincia muy ligada a sus sentimientos y a su raza. Entendía él todo el drama de aquella inquietud y no podía desoír la angustia de sus amigos, que era la angustia de la Colombia flagelada por los agentes del odio y la destrucción.
Morales Benítez no descansó hasta conseguir la aprobación oficial y los primeros recursos económicos. Así la idea tuvo feliz culminación. Los líderes de la sociedad habían logrado al fin para su comarca la perspectiva de mejores días. Y el Quindío, que todavía no era departamento pero sí tierra de visión y empuje, daba un salto grande hacia el porvenir.
El rector actual, Horacio Salazar Montoya, viejo luchador de su universidad, celebra la efemérides con una serie de actos culturales y sobre todo con la constancia de que el plantel ha estado vinculado durante estos 25 años, de manera estrecha, al desarrollo espiritual de los quindianos.
Como toda universidad oficial, ha tenido que sortear innúmeras dificultades, pero éstas siempre se han vencido con espíritu de superación. Sus finanzas, que se enderezan por tiempos y en otros se consumen por culpa de malos administradores, significan el permanente dolor de cabeza de esta entidad que ya entró al gigantismo. No ha estado exenta, además, de la intromisión política (el desastroso clientelismo que arruina al país), y ojalá haya firmeza para mantener a raya tales pretensiones.
Salazar Montoya es líder probado y victorioso. Le duele su universidad. Y el Quindío, como queda visto, disfruta hoy los beneficios conquistados de puerta en puerta por varias voluntades decididas.
El Espectador, Bogotá, 2-VII-1985.
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Misiva:
En nombre de la institución y en el mío propio permítame expresarle nuestros agradecimientos por su artículo publicado en El Espectador. Cuando nuestro departamento aparece desdibujado en su paz pública por informaciones de prensa, su voz crea otra imagen altamente positiva para esta comarca. Horacio Salazar Montoya, rector.