Un ministro solitario
Por: Gustavo Páez Escobar
A Rodrigo Lara Bonilla, el ministro mártir, Colombia lo dejó solo en su campaña contra los narcotraficantes. Nos habíamos acostumbrado a verlo batirse como un león, con el denuedo, el furor de los hombres convencidos de una misión superior, y tal vez hacía falta no verlo como personaje de pelea en la primera página de las noticias sensacionales.
Era la suya una lucha denodada y solitaria que no conoció tregua en el empeño de oponerse al delito flagrante, de todos los órdenes, que se ejecuta a la vista del país entero y se queda impune por falta de valor para combatirlo.
Todos nos dolemos de los estragos que produce a diario, en la vida y en los bienes de los colombianos, el avance tenebroso de las bandas organizadas para destruir la patria, y nos horrorizamos de tanta sangre y tanta iniquidad, pero preferimos no comprometernos en cruzadas decididas, como la adelantada por Lara Bonilla, contra la corrupción demoledora.
Todos los días y a cada instante, lo mismo en las calles de Bogotá o Medellín que en la selva o el lejano caserío, desde donde las organizaciones criminales desafían el imperio de la ley, el país se desangra en esta violencia salvaje que está acabando con el sentido digno de la vida.
Clamamos, y protestamos, y pedimos más garantías, pero dejamos solo al Gobierno y esperamos que las soluciones lleguen por caminos diferentes al de decir ¡basta!, con toda energía, como lo expresó el presidente Betancur en la noche horrenda del magnicidio. Cuando llega un hombre de valor a una de las posiciones claves del Estado, dispuesto a no dejarse ganar la partida de las causas justas, también lo dejamos solo.
Rodrigo Lara Bonilla, el personaje más temerario que haya conocido Colombia en el reto de las escuelas del narcotráfico, lo expuso todo, hasta su propia vida, para depurar el ambiente de estos facinerosos que pretenden adueñarse de las riendas del poder. Y es el suyo, el de las mafias, poder ominoso que todo lo compra y todo lo corrompe y penetra hasta los propios recintos de la justicia para desviar con sus dineros sucios la suerte de los expedientes.
Contra este estado de cosas se alzó la voz airada del Ministro que desafió, sin un minuto de titubeo, la audacia de sus adversarios. Puso el peso de la ley para tratar de desarticular el engranaje de las hordas destructoras, y ya se ve que el mismo Estado sale malherido del enfrentamiento.
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Este hombre de leyenda cuya inmolación quizás nos haga despertar del marasmo y nos ponga a reflexionar en que no es posible que Colombia siga al garete por falta de decisión ciudadana, pasará a la historia como la constancia trágica de un propósito de enmienda nacional.
Con su muerte, un sacrificio que no podrá ser inútil porque se consumó en los propios altares de la patria, arranca otro capítulo contra la delincuencia y será el de decidirnos todos los colombianos por la causa de la paz. Esa paz que con coraje y sin desfallecimiento persigue otro líder de las acciones patrióticas, el presidente Betancur, y que sólo se logrará cuando nos lancemos como una sola voluntad contra los enemigos de la tranquilidad pública.
La reacción unánime que sale de todos los corazones en esta hora de iniquidad frente al vil asesinato del Ministro solitario, ahora irónicamente rodeado por el pueblo entero, será el golpe en la conciencia que moverá el ánimo compungido para salvar la patria en este desafío crucial.
El hombre ve mejor en los grandes desastres. Hay que esperar, y además confiar en las luces poderosas de la razón, en que Dios acompañe al pueblo desprotegido que no puede sucumbir en medio de tantas desventuras. Así, por lo menos, y por más que nos duela en lo más profundo del alma la sangre que queda atestiguando este capítulo abominable de las bajas pasiones, no sería perdido el sacrificio supremo que hizo el doctor Rodrigo Lara Bonilla para abrirle los ojos al país.
Esta ira santa que agita el sentimiento de los colombianos clama a los cielos por la llegada implacable de la justicia –la misma que con tanta porfía buscó su Ministro–, la que habrá de imponerse, porque todavía somos merecedores de ella, como el epílogo necesario de este suceso estremecedor.
El Espectador, Bogotá, 3-V-1984.
Eje 21, Manizales, 1-IV-2022.
El Quindiano, Armenia, 1-IV-2022.
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Reeditado
(1° de abril de 2022)
Nota introductoria
El próximo 30 de abril se cumplen 38 años del magnicidio del exministro Rodrigo Lara Bonilla. Ahora su hijo Rodrigo Lara Sánchez ha sido escogido como la fórmula vicepresidencial de Federico Gutiérrez. Recupero el presente artículo publicado en El Espectador 3 días después de aquel hecho horrendo. Sirva esta reedición para honrar la memoria del héroe sacrificado, y para hacer votos por la paz de Colombia cuando su hijo salta a la arena política desde el alto compromiso que asume con la patria.
Carta a los lectores
El 30 de este mes se cumplen 38 años del asesinato del exministro Rodrigo Lara Bonilla. Es uno de los sucesos de la violencia colombiana que mayor impacto me han producido. Hacía pocos meses había regresado yo a Bogotá después de quince años de residencia en Armenia. Esa misma noche escribí para El Espectador el artículo adjunto, Un ministro solitario, que salió publicado tres días después, y que deseo compartir con mis lectores. Hoy fue reeditado por Eje 21 de Manizales y El Quindiano de Armenia.
Evoqué el horrendo magnicidio de 1984 con motivo de la elección de Rodrigo Lara Sánchez, hijo del exministro, como la fórmula vicepresidencial de Federico Gutiérrez. Concurre la circunstancia de que tanto el exministro inmolado como su hijo y el candidato presidencial son hijos de la provincia.
Todos han sido alcaldes de sus ciudades: Lara Bonilla y Lara Sánchez, de Neiva, y Federico Gutiérrez, de Medellín. Y tuvieron excelente desempeño en sus cargos. Por otra parte, los padres de Federico Gutiérrez eran oriundos de Armenia y Pereira. Quizás ha llegado el momento en que la provincia entre a gobernar la vida nacional. Hay que descentralizar al país. Nace una esperanza –que muchos anhelan– en la política colombiana. Gustavo Páez Escobar