Tierra del Sol
Por: Gustavo Páez Escobar
La palabra Sol se multiplica por las calles de Sogamoso. Esta ciudad, la capital religiosa del imperio chibcha, conocida como la ciudad sagrada, se hizo célebre por su Templo al Sol, que fue quemado en tiempo de los colonizadores. Por eso no es de extrañar que aquí el rey de la naturaleza alumbre más que en otros lugares. Y no es que sus rayos sean más potentes, sino que la veneración que los pueblos primitivos rendían al astro mayor ha pasado a los nuevos tiempos como el carácter espiritual de una raza. Un dios tutelar que se siente por todas partes.
De ahí que los comerciantes bauticen sus establecimientos con el sello del fuego. Conforme se recorra la ciudad aparecerá esta evidencia: Droguería El Sol, Teatro Sol, Baño sauna del Sol, Ferretería Dissol… En la plaza principal se encuentra erigida una estatua al astro rey, donde los adoradores, como cosa extraña, están de espaldas a él. Libertad que se tomó el artista, pienso yo, para indicar que hoy los colombianos caminamos con el sol a la espalda…
En mi breve paso por la ciudad me entrevisté con su párroco, monseñor Roberto Márquez Rivadeneira, mi distinguido paisano de Soatá. Recordamos nuestra patria chica y nos detenemos de pronto, entre tantas referencias que van surgiendo al calor de la tertulia, en la figura preclara de Laura Victoria, la inmensa cantora del amor (Gertrudis Peñuela, es su nombre de pila), cuyos versos ardientes, de fuego y de entraña sentimental, llenaron una época de la mejor poesía colombiana.
Hoy es una mujer silenciosa, de 72 años de edad, residente en Méjico, a quien sus compatriotas y los propios soatenses han olvidado. Me cuenta monseñor que Laura Victoria escribe hoy poesía mística. Curioso contraste, por cierto. Tiene inédito un libro de este género, en busca de editor. No sólo éste sino todos sus libros merecen publicación, y así volverá a sus lares esta romántica mujer —ahora místicamente romántica— que otrora enardeció el sentimiento de los colombianos y que hoy no tiene, ni en su propio pueblo, una placa recordatoria.
Visito el célebre Museo Arqueológico, que dirige el doctor Eliécer Silva Celis. Todo cuanto quiera saberse sobre la tradición de los chibchas se encuentra allí reunido. Maravilloso templo que protege con exquisito gusto los tesoros del ayer legendario, gracias al interés, la dedicación y la técnica de Silva Celis, investigador que mucho ha contribuido al escrutinio sobre las culturas precolombinas. Es el primer museo de su naturaleza en Suramérica. A poca distancia de la ciudad se halla el también famoso Museo de Arte Religioso, verdadera joya eclesiástica.
Este cruce de caminos que es Sogamoso hace de la comarca un reino ideal para el turismo. Los pueblos más lindos de Boyacá quedan en los alrededores: Monguí, Nobsa, Tópaga, Iza, Firavitoba, Tibasosa… Sus templos son joyas del arte colonial. Y el Lago de Tota parece que surgiera de las profundidades de la tierra como un dios encantado, temible y fascinante a la vez. Pero hay alarma, sobre la cual no se ha tomado conciencia, sobre el descenso de las aguas hasta niveles peligrosos para la extinción de esta belleza natural. ¿Qué hacen las autoridades para frenar el fenómeno?
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Desde Puntalarga, entre Duitama y Sogamoso, rincón edénico que cuenta con todos los requisitos para el sosiego y la recreación del espíritu, el paisaje boyacense se hace soberano en toda su magnitud. Igual encanto se disfruta en el albergue de la Hacienda Suescún. Todo en Boyacá invita a la paz de la conciencia, y quienes no la logran es porque no la merecen.
Paz del Río es el emisario solar que creó para el país un emporio de riqueza. Boyacá, zona minera por excelencia, es rica en carbón, caliza, asfalto y mármol. Lástima que la polución de Cementos Boyacá, que está acabando con Nobsa y sus moradores, se convierta en enemigo letal de la atmósfera.
Y lástima que Sogamoso, ciudad comercial, industrial y ganadera, y cuna de escritores, historiadores, periodistas y hombres de Estado, no tenga hoy la categoría intelectual de otros tiempos.
Dicen que la politiquería se apoderó del terruño. La gente protesta en privado, pero no se atreve a rebelarse en público. Los alcaldes no mandan en su año, porque apenas resisten tres o cuatro meses, y así, de tumbo en tumbo, es imposible el progreso.
Sogamoso, Ciudad del Sol y del Acero. Título bien ganado. Sitio amable, reposado, acogedor, en él todavía se respiran aires frescos. Aldea bien conservada, en busca de mejores horizontes, mantiene limpias sus tradiciones y lucha para no dejarse contaminar el alma.
El Espectador, Bogotá, 7-V-1985.