Pepe Botellas
Por: Gustavo Páez Escobar
El crítico Raymond Williams, uno de los mayores conocedores de la literatura latinoamericana, fue el encargado de presentar la última novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal, Pepe Botellas, con la que Plaza y Janés completa dos millones de libros impresos en Colombia.
Coincide esta circunstancia con la llegada a nuestro país de Juan Ignacio Fraile, nuevo gerente para Colombia de la casa editora barcelonesa, destacado promotor de libros en España que ahora, no lo dudamos, impulsará las obras de los autores colombianos. Sucede el señor Fraile a Virgilio Cuesta, otro ejecutivo eficaz para nuestras letras, quien regresa a España después de ejemplar desempeño como patrocinador del talento nacional.
Pepe Botellas, que habrá de volverse libro polémico, «cuenta la vida de un exiliado cubano que pretende ser presidente de Colombia, desde cuando era primera figura del periodismo radial de la Cuba de Batista, hasta cuando llega a ser líder cívico y político controvertido en el país donde se asila, pasando, con detalles sumamente novedosos, por la narración casi inverosímil de sus tormentosas aventuras, al lado de Fidel Castro y el Che Guevara».
Álvarez Gardeazábal, que se ha caracterizado por sus descripciones vigorosas y punzantes, no exentas de toques panfletarios cuando quiere caricaturizar a sus víctimas, ha aprendido el arte de contar la historia al vivo. Lo ha hecho, sobre todo, en Cóndores no entierran todos los días, donde denuncia una densa época de la violencia colombiana —la de los pájaros y los asesinos sin cuartel—, presentando a sus autores por sus nombres propios.
Crítico sagaz y valiente de la sociedad, arremete contra el fanatismo religioso que hace obtusas las mentes sin permitirles liberar el alma de las miserias pueblerinas, y otro día se rebela contra la reforma universitaria que no comparte, y abandona el profesorado. Como catedrático y político inconforme, a la par que columnista incisivo, mantiene su verdad a flor de labio, sin importarle las heridas que produce en sus adversarios y sin temor a las vacas sagradas.
Esta actitud huracanada le ha traído contrariedades y ha estimulado el ímpetu de sus enemigos —de la literatura o la política—, pero también lo hace sobresalir como escritor original y combativo. Busca tumbar ídolos (recuérdese que juró destronar el mito de García Márquez) y acaso por eso, y desde luego por el desenfado de sus escritos, tiene ya conquistado puesto prominente en la literatura latinoamericana.
Pepe Botellas no es sólo el pretexto para desenmascarar una figura de la vida caleña, a la que todos conocemos, sino la ocasión para narrar trozos de la historia contemporánea del país, que no todos tenemos por qué conocer.
También aquí el novelista se va contra mitos y leyendas para advertir que uno de los peligros de Latinoamérica está en la mentira social de los personajes convertidos en ídolos. Obsesión que ya está incrustada en toda su obra. En su nuevo libro recuerda que «la historia se escribe por parte de quienes triunfan; los que pierden escriben novelas».
No hay que dudar que, siendo el buen novelista el mejor escritor de historia, este Pepe Botellas, protagonista local y a la vez universal, es un símbolo de la condición humana. Por eso el personaje deja de ser anecdótico y personal para volverse tipo de leyenda.
En el acto de lanzamiento de la obra comentó Raymond Williams que los dos autores latinoamericanos con mayor porvenir son Mario Vargas Llosa y Gustavo Álvarez Gardeazábal. El concepto es nuevo, y habrá que revisar con mayor escrutinio, y tal vez con más desprevención, la obra ya notable y la que falta por madurar de este joven escritor que todavía no ha cumplido 39 años de vida.
El Espectador, Bogotá, 14-VI-1984.