Los amigos excesivos
Por: Gustavo Páez Escobar
Un amigo me había pronosticado que el 31 de mayo todo el mundo amanecería belisarista. Era la afirmación del triunfo que se mostraba evidente, y también sería la comprobación de una actitud muy humana (o inhumana): que la victoria la reclaman todos, y en cambio la derrota se queda huérfana. Hoy todo el mundo es belisarista, y más lo son quienes la víspera denigraban al candidato.
El paso de los días —y apenas estamos entrando en el período de las desbandadas— muestra transformaciones. Muchos políticos tienen piel nueva. Ya los conservadores no son tan malos. El país no se fue, ni se irá, a los abismos de la violencia. Quienes se reían del movimiento nacionalista, hoy están matriculados en él y pregonan que el sectarismo, por el que votaron con pasión, está derrotado. Rápido guardaron el gallo colorado para exhibir el plumaje del otro ejemplar.
Hoy ya es posible la casa sin cuota inicial. La universidad a distancia ha dejado de ser idea quijotesca. De un momento a otro Belisario se volvió inteligente. Días atrás era un demagogo, un promesero. Hoy es la esperanza del país. Le sobran amigos, le llueven aplausos y zalemas. Sus admiradores hacen cola veloz para los ministerios, las gobernaciones, las embajadas y hasta las porterías. Sin embargo, esta vez no habrá cambio de porteros, sino de personas inmorales o incapaces.
Es increíble cómo tiene amigos «personales» en todos los rincones del país. La mayoría lo conocen desde la niñez, saben de sus primeros pasos por los caminos de Antioquia, lo vieron aguantar hambre en el Parque de Berrío, fueron sus compañeros de tertulias literarias, y con él amanecieron cantando tangos en los centros bohemios de Medellín…
Cuídese el presidente Betancur de esos amigos sorpresivos. Cuídese de los aduladores y los oportunistas, que son los que más lo ensalzan. La verdadera amistad es discreta. No pide puestos ni honores. Conforme varió la opinión de algunos periódicos, así cambian, en un solo momento, los falsos amigos.
Es tan fácil ser hoy belisarista que ya eso no tiene gracia. ¿Quién no busca estar en el tren de la victoria? Los que caen en desgracia —y el doctor Betancur es experto en fracasos— son quienes aprenden a contar los amigos. Los demás eran lagartos. Y el lagarto, en la vida política y en la vida privada, es un reptil indeseable. El adulador es amigo de todos, o sea que no es amigo de nadie.
El futuro Presidente, que varias veces ha saboreado los tragos amargos de la derrota, prefirió alejarse de sus incontables festejantes para poder respirar. Desde el mismo momento del triunfo pidió que se suprimieran los brindis y las efusiones peligrosas. Se fue a medir las fronteras de la patria en silencio, y buscar entre gentes sencillas las soluciones que no siempre se encuentran en las clases elevadas. Necesitaba que lo dejaran pensar. El elogio desmedido, como la amistad mentirosa, ocultan la verdad.
Después se marchó a tierras lejanas en plan de descanso y meditación, pero sobre todo huyendo de los adherentes de última hora. Ojalá al regreso, y sobre todo en los cuatro años de sacrificio que le esperan, acierte en la elección de sus colaboradores.
Dice Jardiel Porcela que la desgracia del que manda es no conocer a los hombres que lo rodean. Buena advertencia para que el Presidente mantenga a raya a sus amigos de postín y a los inadecuados para el servicio público.
El Espectador, Bogotá, 4-VII-1982.