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Las bethelemitas en Armenia

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

A lomo de mula llegaron a Ar­menia, hace 75 años, ocho religio­sas de la Comunidad Bethlemita a fundar su nuevo centro educa­tivo. La pequeña aldea no había cumplido aún los 21 años de edad, o sea que se hallaba en plena ado­lescencia, y no se veía ningún sig­no que dejara entrever que en aquel silencioso cruce de caminos estaba germinando la que con el tiempo sería la Ciudad Milagro de Colombia.

Era el 4 de septiembre de 1910. Las bethlemitas llevaban apenas 25 años de establecidas en nues­tro país. Su labor misionera y edu­cadora ya se había extendido a va­rias ciudades y ahora el turno era para un sitio casi ignorado, que se mostraba atractivo por sus her­mosos paisajes y su exuberancia agrícola.

La ciudadanía recibió con albo­rozo a las ocho caminantes. Ellas fijaron su residencia en viejo caserón de la plaza de Bolívar y allí colocaron, como identificación para todos los tiempos, su lema tradicional: Virtud y Letras. El colegio arrancó con un cupo de 110 alumnas. Y 75 años después se han formado en esas aulas cin­cuenta mil estudiantes.

Este solo enunciado es elocuen­te para calificar la trascendencia de esta obra. Ha sido acaso una labor silenciosa, pero positiva en alto grado. Poner a las monjas fun­dadoras a recorrer trochas enre­dadas, cuando el Quindío era apenas un territorio de espesas mon­tañas e intrincados caminos, es la manera de decir hasta qué punto se vencieron obstáculos pa­ra conquistar aquel ideal. Por eso las bethlemitas están incrustadas en el corazón mismo del Quindío.

Hablo con propiedad sobre ellas porque las conozco de cerca. Sé de sus desvelos, de su aposto­lado, de su concepción sobre la ju­ventud, de su sentido de la disci­plina y su interpretación de la cá­tedra moderna. Siempre he admi­rado su jovialidad, su sencillez, su adaptación a todos los ambientes. Ellas entienden a la mujer, la materia prima que mol­dean todos los días, como un pro­ducto social que hay que saber trabajar para que responda a las exigencias del mundo.

Bajo tales postulados han sido las maestras de varias generaciones. Damas pres­tantes se enorgullecen hoy de ex­hibir el título de exalumnas bethle­mitas, y lo recomiendan como una marca de garantía. Esto sucede, por ejemplo, con Valentina Ma­cías de Mejía, que abandera el propósito de conseguir para su co­legio el justo reconocimiento de las autoridades y la ciudadanía con ocasión de estas bodas de dia­mante.

Armenia debe otorgarles el Cordón de los Fundadores, la máxima presea que con­cede el municipio para premiar el mérito cívico. En mejores manos no podría quedar este año la me­dalla municipal. Las bethlemitas no sólo están uni­das a la vida regional sino que han contribuido, en grado sobresalien­te, a la superación de los quindianos.

El señor Alcalde de Bogotá les concedió, en abril pasado, la Or­den Civil al Mérito, la mayor distinción del Distrito Capital, para destacar los cien años de vinculación de la comunidad a nuestro país. Este reconocimiento debe hacerlo ahora Armenia. El mérito es indiscutible.

La Patria, Manizales, 22-VIII-1985.

 

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