Las bethelemitas en Armenia
Por: Gustavo Páez Escobar
A lomo de mula llegaron a Armenia, hace 75 años, ocho religiosas de la Comunidad Bethlemita a fundar su nuevo centro educativo. La pequeña aldea no había cumplido aún los 21 años de edad, o sea que se hallaba en plena adolescencia, y no se veía ningún signo que dejara entrever que en aquel silencioso cruce de caminos estaba germinando la que con el tiempo sería la Ciudad Milagro de Colombia.
Era el 4 de septiembre de 1910. Las bethlemitas llevaban apenas 25 años de establecidas en nuestro país. Su labor misionera y educadora ya se había extendido a varias ciudades y ahora el turno era para un sitio casi ignorado, que se mostraba atractivo por sus hermosos paisajes y su exuberancia agrícola.
La ciudadanía recibió con alborozo a las ocho caminantes. Ellas fijaron su residencia en viejo caserón de la plaza de Bolívar y allí colocaron, como identificación para todos los tiempos, su lema tradicional: Virtud y Letras. El colegio arrancó con un cupo de 110 alumnas. Y 75 años después se han formado en esas aulas cincuenta mil estudiantes.
Este solo enunciado es elocuente para calificar la trascendencia de esta obra. Ha sido acaso una labor silenciosa, pero positiva en alto grado. Poner a las monjas fundadoras a recorrer trochas enredadas, cuando el Quindío era apenas un territorio de espesas montañas e intrincados caminos, es la manera de decir hasta qué punto se vencieron obstáculos para conquistar aquel ideal. Por eso las bethlemitas están incrustadas en el corazón mismo del Quindío.
Hablo con propiedad sobre ellas porque las conozco de cerca. Sé de sus desvelos, de su apostolado, de su concepción sobre la juventud, de su sentido de la disciplina y su interpretación de la cátedra moderna. Siempre he admirado su jovialidad, su sencillez, su adaptación a todos los ambientes. Ellas entienden a la mujer, la materia prima que moldean todos los días, como un producto social que hay que saber trabajar para que responda a las exigencias del mundo.
Bajo tales postulados han sido las maestras de varias generaciones. Damas prestantes se enorgullecen hoy de exhibir el título de exalumnas bethlemitas, y lo recomiendan como una marca de garantía. Esto sucede, por ejemplo, con Valentina Macías de Mejía, que abandera el propósito de conseguir para su colegio el justo reconocimiento de las autoridades y la ciudadanía con ocasión de estas bodas de diamante.
Armenia debe otorgarles el Cordón de los Fundadores, la máxima presea que concede el municipio para premiar el mérito cívico. En mejores manos no podría quedar este año la medalla municipal. Las bethlemitas no sólo están unidas a la vida regional sino que han contribuido, en grado sobresaliente, a la superación de los quindianos.
El señor Alcalde de Bogotá les concedió, en abril pasado, la Orden Civil al Mérito, la mayor distinción del Distrito Capital, para destacar los cien años de vinculación de la comunidad a nuestro país. Este reconocimiento debe hacerlo ahora Armenia. El mérito es indiscutible.
La Patria, Manizales, 22-VIII-1985.