La lección de las urnas
Por: Gustavo Páez Escobar
Lo que acaba de suceder en la elección presidencial estaba previsto por la lógica. Se impuso la razón. La democracia, esta imperfecta democracia a la colombiana donde el voto es materia de comercio y donde una buena parte del electorado se desentiende de la suerte del país, sabe dar, con todo, lecciones de madurez política.
Fue un torneo ordenado y limpio, celebrado con alegría y con rechazo de los métodos coactivos con que trató de impedirse la libre expresión de la voluntad. Es un suceso digno de los pueblos civilizados, para mostrarlo con orgullo a la faz del universo y sobre todo del continente americano.
Continuando con nuestra costumbre abstencionista, esta vez hubo un avance para comprometer a más colombianos con los temas del momento. Se ha puesto la cifra más alta de votación de los últimos tiempos, y si todavía la inmensa masa continúa silenciosa y escéptica, hay otro electorado vigilante y activo que se preocupa por cerrarle el paso a la sinrazón.
Colombia iba a decidir entre el sometimiento a los vicios y las maquinaciones de la politiquería, o el freno a la corrupción y el rechazo al clientelismo. Se trataba de dar un viraje en las costumbres, y se ha dado. El país no puede ser insensible al abuso de los caciques y a la voluntad de los poderosos que manipulan, para su provecho personal, la hacienda pública.
Otra lección de las urnas fue la derrota del sectarismo. Las royas, los gallos colorados, el color del café no son de esta época. Los chulavitas sólo existen en fantasías acaloradas. El ánimo continuista, que trató de desconcertar a la opinión pública con los fantasmas de la violencia ya superada, queda notificado de que no puede jugarse impunemente con ensayos peligrosos.
Tanto fue el desmán, que escritores públicos de renombre, y otros poseedores de sensatez y prestigio, fueron corifeos del melodrama. Se llegó a extremos ridículos y hasta repugnantes. No se utilizaron medios limpios, y en cambio hubo triquiñuelas y golpes bajos. Si ahora se recuerdan, cuando es preciso cicatrizar las heridas, es para que no se repitan.
Los colombianos votaron por tesis, pero sobre todo contra malas propuestas. Ya, por fortuna, se ha conseguido el raciocinio político que distingue entre el bien y el mal por encima de los partidos. El pueblo quiere el cambio. Buscó entre varias cartas la que más le convenía. Confía que bajo una recta dirección y una sabia interpretación de los males sociales, haya soluciones de fondo. Los problemas que nos agobian exigen medidas audaces.
Llega el doctor Belisario Betancur al Gobierno en la cumbre de su madurez intelectual. Hombre de duros combates, de limpios antecedentes, tenaz en sus empeños y fiel a sus ideas, mucho se espera de su vocación democrática. Recto y bien intencionado, y con buen olfato para escoger asesores idóneos, hará buena administración si traduce en hechos sus ofertas. Se siente entusiasmo general, no de triunfalismo conservador, sino de nacionalismo auténtico, que rodea y respalda a la nueva administración.
No hay razón para el pesimismo. Menos para fricciones partidistas. Hay que pensar en grande. Primero que todo está Colombia. Son sanos y estimulantes los propósitos del nuevo Presidente, y a la gente hay que creerle. Con estos ingredientes, buenos vientos acompañen al doctor Belisario Betancur y buenas fórmulas consiga para superar las grandes dificultades con que se enfrenta al futuro.
El Espectador, Bogotá, 5-VI-1982.