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La imagen presidencial

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

La moda actual, como lo comen­taba hace varios días don Guillermo Cano, es hablar mal del señor Presi­dente. De un momento a otro la brújula presidencial varió de posición y a los colombianos, tan propensos a los cambios súbitos de actitud y modo de pensar, nos picó la alimaña de la verborrea nacional.

Somos un país fácilmente impresionable, que no sostiene por mucho tiempo el mismo punto de vista y que le gusta, parece que para refrescar la mente, adoptar distintas y a veces contra­dictorias posturas. Así lo demuestran las encuestas. La mejor encuesta, donde de manera inequívoca se re­fleja el sentir de la opinión pública, es la que se ventila en las páginas de los periódicos.

La imagen del señor Presidente, que apenas po­cos meses atrás gozaba de inmensa popularidad, comenzó a verse de­teriorada por una crítica silenciosa al principio, y luego cada vez más penetrante y mordaz conforme cier­tas medidas oficiales golpeaban el bolsillo de los colombianos.

No era tanto la intranquilidad de las calles, ni la guerrilla y el narcotráfi­co, si bien estos ingredientes terminaron creando un general es­tado de crisis, lo que en sus comienzos determinó el deslizamiento de la opi­nión. Al ciudadano le dolía más la merma de su presupuesto hogareño y, cuando al correr de los días se hallaba perplejo y débil ante el avance frenético de las tarifas de los servicios públicos, de los costos edu­cativos, de los impuestos que aumentaban  y del encarecimiento de la canasta familiar, recordó que el señor Presidente había prome­tido todo lo contrario en su campaña.

Y se puso de moda hablar mal del Primer Mandatario. Los chistes de salón, las caricaturas de los periódicos, los apóstrofes de algunos escritores —todo lo cual constituye el temible termómetro de lo que piensa el pueblo— fueron circulando, con no­toria y no siempre justa acometida, por los contornos de la opinión públi­ca. Los antes jubilosos adherentes de una figura popular que representó un necesario cambio de estilo, ahora ingresaban al coro de los inconformes. A los colombianos nos gusta ser inconformes, y esto no está mal desde que tal actitud sea defensiva y creadora.

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¿Por qué la imagen del doctor Belisario Betancur se ha debilitado? Primero habría que meditar en cuán movediza es la opinión pública. Al pueblo jamás se le tiene contento, es otra verdad de la democracia. Sea lo que fuere, el juicio sobre la gestión gubernamental, que es siempre provisional, parece entrañar el deseo de que se modifiquen ciertas cosas para luego reconocer con claridad los aciertos que en otros campos ha tenido el Mandatario.

La gente le ha manifestado al doctor Betancur que lo quiere, pero le pide menos impuestos y más alivios, me­nos rigores y más tranquilidad, me­nos palabras y más realizaciones. Cuando es el estómago el que anda en aprietos —y esta parece ser la clave del malestar—, se suele ser también injustos. Hemos olvidado, en efecto, que el doctor Betancur recibió un país postrado física y moralmente. Y lo ha enderezado.

En la parte moral, menoscabada por el predominio de las clases corruptoras que estaban acabando con el país, tuvo necesidad de comprometer todo su esfuerzo inicial. Con pulso firme e inquebrantable voluntad colocó en cuarentena a los traficantes de la banca, a los asal­tantes del erario, a los padrinos de la burocracia envilecida y a los agentes, en fin, de la inmoralidad. Esto, sin embargo, parece olvidado en poco tiempo.

El país no hubiera podido subsistir si no se corta el cáncer de la co­rrupción. Primero la moral, después las finanzas. A nuestro decidido y en otros aspectos confiado Presidente le ha tocado vivir un mal momento. Nunca pensó que la inmoralidad fuera tanta. Ni que la tarea de depuración frenara otros programas. Y surgieron dis­tintos fenómenos que no estaban en su agenda. Las bandas armadas, los narcotraficantes, el resentimiento de los clanes políticos y económicos destronados, y hasta la propia ad­versidad de ciertos imprevistos sociales, se confabularon en su con­tra.

Al doctor Betancur lo hemos visto encanecer, más allá de lo normal, durante su mandato. Pienso que más que los reveses propios de cualquier gobierno le duele la dureza con que sus compatriotas enjuician sus actos y condenan sus errores.

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Ante la tumba del exministro Lara Bonilla, cuya inmolación no puede ser estéril, muchos sentimientos se han despertado. El país vuelve a respaldar a su Presidente en sus empeños moralizadores. Puesto de pie como una sola voluntad, ha condenado a la picota a los narcotraficantes. Y el Presidente, que también ha reflexionado en ciertas debilidades propias, se muestra dispuesto a tomar un nuevo camino.

Surge de esta deplorable experiencia la rectificación gubernamental. El peor  error consiste en persistir en el error, y no hay duda de que habrán de cambiar algunos enfoques vigentes, en lo económico y en lo social, que conseguirán  reconquistar el favor de las masas, que se ha mostrado esquivo en los últimos meses. Si hay alguien bien intencionado y capaz de de interpretar el alma popular, es el Presidente.

El doctor Betancur, hombre tenaz en sus propósitos, sacará adelante sus tesis sociales. No puede defraudarnos. Vendrá luego el gran cambio  que reclama el pueblo. Y volverá a producirse, así lo confiamos, otro salto en la opinión pública que vigorice la imagen presidencial. El pueblo, que es movedizo por esencia, también es sabio para aplaudir cuando de los errores o del simple desgaste de la administración salen los aciertos.

El Espectador, Bogotá, 7-VI-1984.

 

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