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Presencia de Bonilla-Naar

domingo, 16 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Ha tenido el Banco Popular la feliz idea de publi­car las obras de Alfonso Bonilla-Naar en dos tomos, uno con su producción poética y el otro con su narra­tiva. El prólogo general es de Luis Carlos Adames Santos, el magnífico editor del Banco Popular que en forma silenciosa, afortunada y espléndida ha signa­do otros importantes sucesos, como La convención de Ocaña, de José Joaquín Guerra, o Temas de di­plomacia y de historia, de Diego Uribe Vargas.

A sólo dos años de su muerte logra rescatarse la amplia obra del médico, cuentista, novelista y poeta que sorprendió al público, y sigue sorprendiéndolo, con sus virtudes de eminente científico y admirable fabulador y poeta. No se sabe qué admirar más en él, si al investigador del cáncer cuyos avances despertaron gran interés en el cuerpo médi­co –y que irónicamente habría de terminar víctima del horrible flagelo–, o al narrador espontáneo y fácil, de vigoroso aliento; como también al poeta sentimen­tal, autor de tierna y clara entonación.

Es caso poco frecuente el de quien, al margen de su actividad médica o de cualquier otra actividad, saca tiempo para escribir cuentos y poemas, y además los elabora con fuerza narrativa y acento lírico. La cuentística de Bonilla-Naar está imbuida de ambiente médico y es por eso, sin duda, que se trata de trozos perfilados con exquisito sabor humano, donde no faltan la intriga y la sorpresa. En sus Cuentos impresionantes pone a jugar la imagina­ción en la urdimbre de situaciones insólitas que transportan al lector a difíciles senderos donde no se sabe si está sucediendo la realidad o la ficción.

El médico, por su contacto con el mundo, vive impregnado de temas tristes, o irónicos, o patéticos; y acaso por eso su mente responde mejor a la narrati­va y a la poesía. Este médico polifacético, que no só­lo tuvo tiempo para adelantar investigaciones asombrosas de su ciencia, sino que se convirtió en cuentista tenaz, en novelista disciplinado y en poeta sensible y diáfano, tiene asegurado puesto prominente en la literatura colombiana. Fue, como Chéjov, escrutador del destino humano y no se conformó con auscultar a la humanidad, sino que del contacto con los dolores y las alegrías del hombre extrajo valiosas enseñanzas.

El médico, como también ocurre en nuestra pa­tria con César Uribe Piedrahíta, ha honrado a la lite­ratura con obras famosas en el mundo entero. Su profesión lo hace propenso al humanismo. Cuando Bonilla-Naar se va por los sucesos ordinarios de la vida y fabrica escenas comunes, coge de la ma­no a su personaje y lo pone a recorrer senderos tran­sitados por todos, pero lo hace con gracia y con inge­nio.

Casi todas sus obras obtuvieron galardones, o sea, que fue un agraciado de la fama. Ahora, dos años después de su muerte, se recopilan sus obras y se entregan al país como demostración de lo que vale la literatura cuando va unida a una noble profe­sión.

La Patria, Manizales, 11-XI-1981.
Mensajero, Banco Popular, diciembre de 1981.

 

 

 

 

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