El sofisma universitario
Por: Gustavo Páez Escobar
La universidad se aleja cada vez más de la realidad colombiana. Si por tal se entiende el campo que forma al estudiante en las disciplinas de una ciencia o un oficio, habrá que reconocer que el país no dispone ni de cupos ni de ambiente más idóneo para capacitar a los dirigentes del mañana. El mayor rompecabezas de los estudiantes de bachillerato, y desde luego de sus padres, es saber qué irá a ocurrir después de obtenido el decaído título escolar que antes, por lo menos, cuando había menos doctores, se convertía en una defensa. Hoy cualquiera es bachiller, pero también cualquiera es doctor, mientras no se demuestre lo contrario, como afirmaba Alzate Avendaño.
La explosión demográfica del país hace menos accesible, por lógica, el acceso a la universidad, pero además la ligereza impuesta en los estudios superiores, dominados por huelgas y afanes inexplicables, limita la formación que debiera ser garantizada para quienes logran llegar al campo universitario. El estudiante bachiller no puede darse el lujo de buscar la carrera de su preferencia, sobre todo si es de las tradicionales, porque en cualquier sitio del país la demanda supera muchas veces la disponibilidad de los cupos.
Comenzará entonces el aspirante su peregrinaje por todas las universidades del país, con desgaste no sólo físico sino también emocional, para no hablar de la parte económica, y en cada una de ellas quedará inscrito su nombre como remota perspectiva para ingresar al círculo de los privilegiados. ¿De cuáles privilegiados? Lo cierto es que tampoco puede considerarse esa coyuntura en los que obtienen el pase de favor, ya que de ahí en adelante, por las circunstancias ya comentadas de huelgas y superficialidad, la educación adolece de serios defectos.
Quienes han tenido que cambiar de rumbo al no lograr matricularse en el área de su vocación, no sólo serán unos frustrados sino malos profesionales. En esto no podemos engañarnos. Escoger un oficio debe corresponder a un acto de convencimiento, y seguir otro, a veces opuesto, es tanto como traicionar la conciencia. La sociedad pagará más tarde las consecuencias. El país, bajo tales desvíos, no puede caminar bien. No es extraño, entonces, observar la incompetencia que nos rodea en todas las direcciones y que a veces queremos atribuir a la frivolidad tan característica de la época, sin recapacitar en que es el Estado el que demuestra menos acierto para encauzar las nuevas generaciones.
Y no se entra, por la brevedad del comentario periodístico, en los costos de la educación. Pero será preciso anotar de pasada que tal circunstancia es frustrante para un crecido número de hogares que carecen de recursos para sostener las carreras de sus hijos. Estudiar en Colombia es una utopía. Existe deplorable desenfoque de una realidad que todos señalan pero que no se ve fácil corregir dentro del enorme laberinto de los problemas insolubles.
La República, Bogotá, 22-IV-1981.