Invasión de doctores
Por: Gustavo Páez Escobar
La cronista cultural de La Patria pide disculpas por haber puesto entre comillas el título de doctor que le otorgó a don Ovidio la Universidad de Caldas. Dice que además ha debido poner la palabra en mayúscula. En su acto de contrición manifiesta que en forma alguna quiso con las comillas y la minúscula ser despectiva o irónica. Su intención era destacar la importancia del titulo.
Si no hubiera hecho la aclaración, todo habría quedado perfecto. No sé por qué le dio a la cronista por rectificar una nota que está bien concebida. Y es que este “doctor», entre comillas y en minúscula, es lo que le cae de perillas a don Ovidio Rincón. El nuevo graduado no es un doctor cualquiera y por eso hay que distinguirlo del común. Esto no sería ironía sino precisión.
En España el «don» es distintivo de difícil conquista. Era, en otras épocas, título nobiliario. Había que tener méritos para conseguirlo. Quizás hoy los tiempos sean menos exigentes, pero conservan auténtico el sentido de lo que vale un caballero. El «don» es apelativo de dignidad reservado para la gente distinguida, para la gente culta.
En Colombia todo el mundo es doctor. Lo difícil es ser ”don”. ¿No ve usted, estimada Valentina, la invasión de doctores que salen de las universidades sin saber un comino de la profesión en que se gradúan? Muchos de estos ineptos –no todos lo son, porque también hay gente preparada– llegan a la empresa particular y a la administración pública exhibiendo su título profesional y todo lo desarticulan.
El país anda mal porque no tiene verdaderos doctores. Son pocos los que conquistan esa posición. Anteriormente eran los que ganaban, con suficiente dominio, aptitud para desempeñarse en una de las áreas del saber. La gente salía de las universidades con probada formación académica y se convertía en soporte de la sociedad.
El titulo de doctor va en decadencia porque la universidad colombiana lo dejó deteriorar. Es un fenómeno de los tiempos actuales. La capacidad del país está en las aulas, y cuando estas fallan, toda la estructura se derrumba. Ojalá las universidades graduaran todos los días a personas tan aptas como Ovidio Rincón. Peláez y Adel López Gómez, los últimos «doctores» que le hacen honor a la formación silenciosa. Dejémonos de embelecos y permitamos a los nuevos “doctores” que sigan disfrutando del “don” maravilloso ganado, como en España, con suficiente mérito.
Don Ovidio, por lo tanto, no tiene motivo para disgustarse cuando la cronista hace resaltar el título ganado en buena lid. Si en Colombia todos somos doctores, hasta la gente inculta, faltan los señores, los que se encarguen de reconquistar no sólo la tradición del país letrado, sino la sabiduría que se está escapando por falta de preparación.
El “don” es también sinónimo de caballero y lleva implícito el sentido de la buena crianza. La urbanidad, la cortesía, el porte amable son atributos que se están extinguiendo entre el arrebato de la vida moderna. Un doctor se consigue en cualquier parte, no así un señor.
La persona docta es cosa bien distinta. Al “don”, el caballero ideal, se lo robó la sociedad moderna.
La Patria, Manizales, 21-XII-1980.