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Germán Arciniegas, o la vitalidad

sábado, 15 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Llega Germán Arciniegas a los ochenta años de vida gozando de una salud envidiable. Si los periódicos no recuerdan la edad del maestro, bien pudiera él dis­minuirse los años, como las mujeres, pero con la certe­za de que en su caso el almanaque lo traiciona­ría. Tal parece que la fecha lo cogió de sorpresa, por lo acostumbrado que está a sentirse joven. Lo demuestra, y además el país se halla ante uno de los ejemplos des­concertantes del vigor físico y la fuerza espiritual que pregonan plena vitalidad.

Germán Arciniegas es la parábola viva de la juventud, y aquí no se incurre en ningún eufemismo, porque no sólo aparenta buena disposición corporal, sino que re­frenda exuberante salud mental en sus obras y en su constante ejercicio como catedrático y escritor.

Ha encontrado las fórmulas del buen vivir como el obsequio escondido que la naturaleza concede a quie­nes saben encontrarlo, pero que niega a quienes no aprenden la filosofía de la subsistencia. Acostarse tem­prano y levantarse temprano es, entre otras, una regla sabía que él ejerce para sentirse lúcido y productivo.

Abierto su espíritu a la evolución de las generacio­nes, nunca se ha sustraído al diálogo con los muchachos, con quienes se confunde en alegre contacto con la reali­dad del mundo. No subestima las tendencias de los nuevos tiempos, sino que copia de ellos sistemas para amoldarse a las variables circunstancias de la época, que para otros son frustrantes y deprimentes. La depre­sión y el simple desacomodo ambiental o espiritual re­cortan los años y hacen al hombre desgraciado.

Critica los desaciertos de la juventud colombiana que se ha dejado dominar por la marihuana y la frivolidad de las discotecas, pero lo hace sin angustia y con el pro­pósito de ser un buen padre orientador, y no un maestro regañón. De una de esas discotecas salió una vez con el pesar de que los muchachos iban a ser sordos antes de los 40 años, y no volvió por allí para no atentar contra su sana audición.

Como catedrático enterado de las reformas universitarias y compenetrado con la mentalidad de es­ta época de conflicto y permanente choque, ausculta en sus alumnos la transformación de la humanidad. Se mezcla con la juventud y sus problemas para sentirse joven. Prefiere que lo quieran a que lo respeten.

Recorre todos los días buenas distancias a pie, como lo aconsejan los cánones de la salud, y su cuerpo, por eso, se mantiene vigoroso y elástico. No deja entrever los años que hoy le recuerdan los periódicos, y no se preocupa de la edad provecta porque sabe que esta es una ficción cuando la mente vive sana. Sigue los consejos de Lin Yutang que enseñan a los viejos a gozar de las emociones y retener las energías físicas. Recuerda que un corazón consentido es la mejor garantía para una vida abundante.

Es el suyo un corazón pleno de amistad y afecto. Gabriela, la afortunada esposa, ha sido la depositaria de un amor sin eclipses que le ha hecho crecer la dimensión del alma. «El amor, dice el maestro, es bueno porque tiene pasión, porque es conflictivo y porque realiza la confrontación de los sexos».

El corazón, entonces, es el gran motor que atrofia las fuerzas si se le deja debilitar, pero que engrandece la existencia cuando se le trata con cariño. Hay que llenarlo con amor para que responda con generosidad.

Germán Arciniegas es un privilegiado de la vida. Cuando a sus años otros están doblegados por la decrepitud, él exhibe energías y gozo para más largos recorridos. No quiere sentirse jubilado, porque sería tanto como convertirse en un mueble inservible. Es hombre activo que no entra en el deterioro del jubilado sin oficio. Ha escrito cuarenta libros y continúa trabajando con alegría en otros proyectos. No conoce la fatiga, y menos la pereza.

Su trayectoria le da lustre a Colombia por la profundidad y la donosura de su pensamiento. «El arte de la vida, escribió André Maurois, consiste en elegir un punto de ataque y en concentrar en él las fuerzas». Para qué agregar que este viejo ilustre, a quien se le dice viejo por afecto y no por evidencia, se adueñó del secreto de las fórmulas de vida certeras.

La Patria, Manizales, 12-XII-1980.

 

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