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Dos discípulos aprovechados

sábado, 15 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Adel López Gómez y Ovidio Rincón Peláez acaban de recibir de la Univer­sidad de Caldas los títulos de docto­res honoris causa en Filosofía y Le­tras. Es el reconocimiento que hace el centro universitario de las cali­dades de estos brillantes exponentes de la literatura y el periodismo, que han cumplido fértiles jornadas, casi paralelas, en las nobles justas de la inteligencia.

Ambos, dentro de diferentes estilos pero semejantes propósitos, tienen iguales méritos para acceder a la más alta distinción que otorga una universidad. Han sido forjadores de una época y sus nombres ya se encuen­tran incrustados en la historia del Antiguo Caldas y del país entero, que los quiere y los admira. Luchadores incansables de las ideas y buen decir, no se han detenido en la senda del humanismo, del cual son discípulos aprovechados, en reto abierto a la indiferencia de los tiempos que se dejan llevar por el materialismo y no quieren encontrar el puerto seguro de la vida espiritual.

Ovidio Rincón Peláez, acaso el pe­riodista más prolífico del país, para quien se acabaron los secretos del ofi­cio pero no la vena de la inspiración, lleva en la sangre el alboroto creador que no le permite permanecer ocioso. Escribe a todo momento, ardoro­samente, y su palabra se desliza como un manantial.

Cáustico unas veces y susurrante otras, expresa juicios certeros, de buen recibo e indudable efecto moralizador. Vapulea las costumbres que se desvían de su cauce natural y pre­gona el sentido ético en todas las ma­nifestaciones del hombre, como la su­prema meta de la humanidad.

Su aldea empinada y solariega le imprimió la melancolía y la digna po­sición en la existencia. Lleva en su al­ma cantares campesinos y le duele que los tonos verdes de la patria se desdibujen en el turbión de los odios. Se parece mucho a los viejos poetas anclados al borde de los caminos y las cordilleras, para quienes el mundo, por extenso que sea, está circunscrito a unos metros de terreno: la aldea.

Adel López Gómez es otro producto de la tierra, del paisaje y la comarca.

Afortunado cantor del alma campesi­na, supo crear motivos auténticos en sus cuentos y en sus divagaciones de soñador y de poeta. La montaña le fue penetrando como una invasión que no puede rechazarse cuando el alma se vuelve permeable a los sonidos de la naturaleza. Después de sesenta años de hacer literatura, se quedó pa­ra siempre adherido al paisaje.

Es otro periodista de dimensiones des­concertantes, reflexivo y depurador de su prosa, para quien el lenguaje perdió sus misterios Con la misma propiedad y la misma vehemencia es­cribe una ficción que un comentario crítico. Encontró el punto exacto de la dicción y ya no tiene riendas para fre­nar su torrente interior.

Estos pioneros de la literatura y el periodismo, inconformes consigo mismos como si no fuera suficiente haber cumplido una vida de absoluta y magnífica realización, llegan a las cumbres del honor apoyados en sus obra, como reto para estos tiempos desprovistos de motiva­ción y de horizontes seguros.

La Patria, Manizales, 19-XII-1980.

 

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