Dos discípulos aprovechados
Por: Gustavo Páez Escobar
Adel López Gómez y Ovidio Rincón Peláez acaban de recibir de la Universidad de Caldas los títulos de doctores honoris causa en Filosofía y Letras. Es el reconocimiento que hace el centro universitario de las calidades de estos brillantes exponentes de la literatura y el periodismo, que han cumplido fértiles jornadas, casi paralelas, en las nobles justas de la inteligencia.
Ambos, dentro de diferentes estilos pero semejantes propósitos, tienen iguales méritos para acceder a la más alta distinción que otorga una universidad. Han sido forjadores de una época y sus nombres ya se encuentran incrustados en la historia del Antiguo Caldas y del país entero, que los quiere y los admira. Luchadores incansables de las ideas y buen decir, no se han detenido en la senda del humanismo, del cual son discípulos aprovechados, en reto abierto a la indiferencia de los tiempos que se dejan llevar por el materialismo y no quieren encontrar el puerto seguro de la vida espiritual.
Ovidio Rincón Peláez, acaso el periodista más prolífico del país, para quien se acabaron los secretos del oficio pero no la vena de la inspiración, lleva en la sangre el alboroto creador que no le permite permanecer ocioso. Escribe a todo momento, ardorosamente, y su palabra se desliza como un manantial.
Cáustico unas veces y susurrante otras, expresa juicios certeros, de buen recibo e indudable efecto moralizador. Vapulea las costumbres que se desvían de su cauce natural y pregona el sentido ético en todas las manifestaciones del hombre, como la suprema meta de la humanidad.
Su aldea empinada y solariega le imprimió la melancolía y la digna posición en la existencia. Lleva en su alma cantares campesinos y le duele que los tonos verdes de la patria se desdibujen en el turbión de los odios. Se parece mucho a los viejos poetas anclados al borde de los caminos y las cordilleras, para quienes el mundo, por extenso que sea, está circunscrito a unos metros de terreno: la aldea.
Adel López Gómez es otro producto de la tierra, del paisaje y la comarca.
Afortunado cantor del alma campesina, supo crear motivos auténticos en sus cuentos y en sus divagaciones de soñador y de poeta. La montaña le fue penetrando como una invasión que no puede rechazarse cuando el alma se vuelve permeable a los sonidos de la naturaleza. Después de sesenta años de hacer literatura, se quedó para siempre adherido al paisaje.
Es otro periodista de dimensiones desconcertantes, reflexivo y depurador de su prosa, para quien el lenguaje perdió sus misterios Con la misma propiedad y la misma vehemencia escribe una ficción que un comentario crítico. Encontró el punto exacto de la dicción y ya no tiene riendas para frenar su torrente interior.
Estos pioneros de la literatura y el periodismo, inconformes consigo mismos como si no fuera suficiente haber cumplido una vida de absoluta y magnífica realización, llegan a las cumbres del honor apoyados en sus obra, como reto para estos tiempos desprovistos de motivación y de horizontes seguros.
La Patria, Manizales, 19-XII-1980.