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Una falsa alarma

martes, 11 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

La ciudad fue sacudida con la noticia que daban las emisoras sobre un asalto que se estaba perpetrando contra el Banco de la República. La tranquilidad se alteró en un minuto y comenzó a sentirse zozo­bra, y más tarde pánico, porque también se decía, o se daba a entender, de un enfrentamiento de la fuerza pública. Había motivo poderoso para el desconcierto, cuando las emisoras lanza­ban al aire una noticia de semejante proporción. Ya se sabe que el poder de la radio es muy ágil. Por eso, se re­quiere mucho equilibrio para comuni­carse con el público.

De lo que se trataba era de un simulacro de la policía, o sea, de una maniobra de adiestramiento pa­ra el caso de un asalto. La fuerza policiva se replegó sobre las instalaciones del Banco de la República y puso en acción la mayor técnica para reprimir esa lejana posibilidad.

Es comprensible que los transeúntes se hubieran alarmado con la movilización de los agentes del orden y hubieran entrado en conjeturas. Pero lo que re­sulta inadmisible es que los medios de comunicación radial que lanzaron la alarma peligrosa no se hubie­ran cerciorado antes, en la propia fuente, de lo que ocurría. Hay locutores a quienes les encanta la fantasía y no se toman el trabajo de buscar la autenticidad, despo­jando a la noticia de toda truculencia.

Se ha cometido una grave ligereza. Algún locutor, según parece, habló hasta de millones precisos. Las emisoras tienen la obligación de comprobar la realidad, y sólo después, con la mesura y la veracidad que requieren los hechos,  pueden informar al público la verdad. Aquí trató de montarse un teatro sensacionalista. Se llegó al censurable extremo de la ligereza radial que cree  estar dando una primicia, y para ponerle mayor énfasis al caso, lo hace a pleno pulmón y con tono desapacible y dramático, olvidando que es entonces cuando se necesita la mayor serenidad frente al micrófono.

A la policía le faltó haber puesto en conocimiento de las emisoras el operativo que se proponía desarrollar, para evitar equívocos. Pero esto no las exime del deber de comprobar el rumor acudiendo a fuentes seguras.

«Sin confirmar no lo decimos», es el célebre eslogan de RCN. En esta ocasión lo puso muy en alto, pues esa emisora se encargó más tarde de aclarar lo que sucedía, tranquilizando los ánimos.

En la radio no es posible la imprevisión y menos la irresponsabilidad. Parece que el simulacro tomó de sorpresa a nuestros bulliciosos locutores y los sometió a una prueba que no supieron pasar.

La Patria, Manizales, 28-IX-1980.

 

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