Sentido de la solidaridad
Por: Gustavo Páez Escobar
Las necesidades ajenas no solo suelen ser ignoradas, sino que también son menospreciadas. El hombre, que nació para sufrir, es por naturaleza un ser angustiado. Pero la suerte trata con más dureza a algunas personas sometidas a crueles enfermedades, a desamparos afrentosos, a pobrezas vergonzantes. Es ahí cuando más se necesita el sentido de la solidaridad. Ser solidario ante la desgracia debiera ser la primera consigna del hombre.
El mundo conoce más la indolencia que la protección. Los grandes conflictos sociales siempre han obedecido a la desigualdad social. Quien tiene más, sobre todo si su riqueza es opulenta, significa un agravio para el ser pisoteado por el infortunio.
El hombre, cuando posee alma soberbia y egoísta, piensa más en su bienestar que en la suerte de los demás. Huérfanos, viudas abandonadas, ancianos desprotegidos, mendigos humillados, enfermos afligidos… son los cuadros críticos que el desnivel social exhibe como una afrenta para la humanidad.
Cuando un ciego o un sordomudo interceptan nuestro camino, no entendemos su drama. Si nuestros ojos, nuestra lengua y oídos son normales, nos costará trabajo adentramos en las cavernas de los inválidos que deben soportar la existencia con el alma quebrada. Una botella de leche para el niño desnutrido, o una voz de alivio para la madre afrentada valen poco, pero se regatean porque no existe sensibilidad para comprender el dolor ajeno.
La solidaridad no es bandera fácil. Sólo pocos son capaces de dispensarla con sinceridad y sin ostentación. Cuando la ayuda no es discreta, deja de ser generosa. La labor altruista que adelantan entidades y personas que en verdad se entregan a los demás, es la que redime la injusticia humana.
Ser solidarios es aliviar las desproporciones del mundo. Ser solidarios es saber que el dolor del vecino puede mañana ser el nuestro. Es aquí donde cabría con mayor certeza la sabia máxima: “Hoy por ti, mañana por mí”.
La Patria, Manizales, 19-XI-1980.