Alfredo Rosales, un luchador
Por: Gustavo Páez Escobar
Hizo de la lucha su sistema de vida. Nunca transigió con la pequeñez y se rebeló contra las conductas proclives. Se le vio batallando con decisión dentro de su periodismo moralizador, y no fue la suya posición cómoda, por lo mismo que criticar los vicios sociales es cruzada para valientes. La conciencia, empero, de quien se sabe abanderado de causas justas recompensa lo que de ingrato se recibe por el duro papel de censor.
Conservó una actitud erguida ante los comportamientos equívocos. Combatía los males de frente, con rigor y con nobleza. El crítico social vivirá siempre solitario en medio del tumulto. Quienes lo admiran, lo hacen en silencio y suelen no exponer nada de su pellejo.
El tiempo borra la memoria de muchas cosas. En el caso de Alfredo Rosales habrá que recordar que fue él quien empujó en Armenia el periodismo audaz, al margen de las ventajas personales y con la bandera en alto por la moral, que no puede entregarse por fáciles prebendas.
En 1940 fundó a Satanás, periódico combativo que se metía con habilidad, con gracia y con ojo escrutador en cuanto enredo municipal debiera vigilarse. Fue el primer presidente del Círculo de Periodistas y le dio honor al gremio, que apenas comenzaba a existir.
Era un periódico inquieto, algo quisquilloso, de cuernos afilados, independiente y temible. No era ni suntuoso ni rentable. Se movió dentro de soberana pobreza, esa que dignifica y ayuda a vivir. Algunos lo despreciaban, creyéndolo insignificante, pero le temían al tridente demoledor.
Fue, sin duda, un apóstol del periodismo. Recibió ofensas y sinsabores. Pero permanecía recto en su tribuna de bien. Como luchador que no se entrega en ninguna batalla, proseguía con ánimo renovado después de los descalabros. El traspié económico o la desilusión espiritual lo ayudaban a mirar más lejos.
Así se mantuvo, sin examinar demasiado su propio peculio. El periodismo lo dejaba cada día más pobre, pero él se sentía satisfecho de estar contribuyendo al progreso de la comarca que había adoptado como su segunda patria chica. Había llegado de Toro (Valle), y bien pronto encontró aquí amigos y ambiente para quedarse casi de por vida. Cuando el periódico no podía más con sus cifras estrechas, cerraba la casa y se iba a Bogotá, donde alguna ocupación de mejor rendimiento le permitía enjugar las pérdidas, para regresar, al cabo del tiempo, con su Satanás a cuestas.
En esta guerra contra la indolencia de los números salía siempre victorioso. Si su pequeña empresa, una empresa casi ambulante, recomponía sus finanzas, Alfredo Rosales fortificaba el espíritu. No le importaba recorrer distancias ni desafiar incomodidades.
Con el material viajaba a Bogotá, Cali, Manizales, a donde fuera, y solía pelear con las imprentas por lo incumplidas y poco accesibles. Esa era su lucha íntima, su razón de ser.
Armenia no sabe hoy cabalmente que ha perdido a un gran hombre. Su tránsito terrenal fue discreto y alejado de toda ostentación. Trabajó con sentido de entrega por el civismo que suele maltratar.
Deja un formidable archivo gráfico que ojalá se aproveche como riqueza de la ciudad. Y formó una familia de principios. Cuando se declaró definitivamente cansado, porque la labor resultaba ya agotadora, traspasó su periódico y se marchó en silencio a Bogotá, donde lo sorprendió la muerte siendo jefe de publicaciones de la Superintendencia Nacional de Cooperativas.
En este frente editó el libro titulado Conozcamos el sistema cooperativo, de reciente aparición, y se le vio jubiloso por haber logrado cumplir su viejo anhelo. Era experto en cooperativismo, rama de la que se alejaba de tiempo en tiempo para no dejar enfriar a su diablo inquisidor. Así se identificó con la vida y con la sociedad este bravo luchador que entrega lecciones de dignidad y constancia que servirían para que otros aprendan a ser útiles.
La Patria, Manizales, 21-X-1980.
Satanás (editorial), Armenia, 1-XI-1980.