Las juventudes veloces
Por: Gustavo Páez Escobar
El signo más característico de las nuevas generaciones es el de la velocidad. Dentro de un mundo movido como el actual, los jóvenes, que tienen poco tiempo para el raciocinio, son dados a las carreras y las emociones fuertes. El texto de estudios, otrora compañero inseparable del estudiante, ha pasado a segundo término. Valen más el televisor, el betamax, la discoteca, la moto. En el colegio y en la universidad se estudia de afán y sin mucho esfuerzo, con el pretendido intento de conquistar conocimientos al vuelo, como si fuera fácil estructurar la inteligencia y formar la voluntad sin poner algo de sí mismo.
Las juventudes prefieren vivir el momento y poco se interesan por el mañana. Son amigas del frenesí, del suspenso, de la diversión escalofriante. Por ser el porvenir una incógnita, mejor no se detienen a escrutarla, y en cambio se solazan con el deleite momentáneo. Quieren vivir la vida en un instante y buscan la posesión fácil lo mismo de la amiga que del automóvil.
Podría pensarse que estos jóvenes resueltos y bullangueros que pasan por las calles en grupos animosos, que ríen y alborotan, protestan y desafían, no se preocupan por ser los líderes del futuro. Con pocas excepciones, estos muchachos viven ausentes de disciplinas rectoras de la conducta y no cambian el pasatiempo por la ambición de llegar a ser personas notables en la comunidad. «¿Para qué tanto esfuerzo si mi papi es rico y poderoso?».
Discúlpenme los padres si les digo que son ellos los responsables de este vacío generacional. Desde el propio hogar, el mejor ámbito de formación que existe, las costumbres se dejan deteriorar. Hemos perdido la capacidad de orientadores. Hay que educar con cariño pero también con mano dura si no queremos la frustración del imberbe atropellador que en corto tiempo se nos irá de las manos y terminará engrosando la pandilla del barrio. De ahí en adelante impondrá su soberana voluntad, ¡y que se defienda la sociedad…!
Este muchacho, que será cada vez más díscolo conforme se le deja libre, se irá convirtiendo, sin advertirlo sus padres, en un peligro social. La banda de sus amigos, que sabe de aventuras sexuales, de licor y marihuana, será su medio de aprendizaje, ya que la universidad de la casa quedó vacía.
Es posible que los padres dadivosos, que no calculan el daño de los bienes que se otorgan sin medida ni dirección, se consideren seres importantes por conceder la moto perturbadora, el automóvil destructor o los pesos abundantes, todo lo cual creará en el muchacho hábitos perniciosos.
Estas juventudes tan entregadas a las altas velocidades se juegan, por eso, la vida en un segundo. Todo lo consiguen fácil y asimismo lo exponen. Por las calles de Armenia, las más congestionadas de motos del país entero (esto no es exageración), nuestros acróbatas suicidas tienen enredado el tránsito y en crisis nerviosa a sus habitantes. Muchas tumbas se han levantando en estos arranques de la demencia y muchas heridas continúan sangrando en los hogares, pero no hay firmeza para cortar tanto barbarismo. Los padres de familia son cómplices, desde luego, de este desconcertante grado de locura.
La Patria, Manizales, 8-VIII-1980.