¿Cuáles partidos?
Por: Gustavo Páez Escobar
Seamos sinceros. El país está cansado de los políticos. Nada nuevo le ofrecen, y menos le cumplen. En vísperas electorales se escuchan los más diversos planteamientos y los más halagadores. Pasada la algarabía de las urnas, todo queda lo mismo y a veces peor. Pero se había prometido el cambio total. Todo lo que el ciudadano tenía que hacer era abrir bien el ojo para no dejarse engañar. ¡Cuidado con votar por el candidato equis, que es godo! Y los godos no dejan avanzar al país.
Otra voz advertía: ¡Mucho ojo a los liberales! Son apasionados y por ellos estamos como estamos. ¿No ven que López Michelsen fue una frustración nacional y Turbay Ayala nos pintó un paraíso y nos salió con un régimen de carestías? El de más allá exclamará: Belisario, que anunciaba educación gratuita y vivienda sin cuota inicial, tampoco hubiera cumplido. ¡Para eso se necesita el comunismo! Es el único que entiende los dolores del pueblo y que conseguirá el equilibrio social…
Pero el pueblo no cree. La palabra de los políticos está desgastada. Han pasado los tiempos en que se era conservador o liberal por familia, y acaso por ideas, para llegar a los tiempos presentes donde los postulados de los partidos son letra muerta. ¿Habrá alguna diferencia en nuestro país entre ser liberal o conservador o comunista? Los hechos son los únicos que cuentan. Lo demás serán frases vanas e inútiles banderías.
Y existe algo curioso, que debería alarmar a nuestros dirigentes: la inmensa mayoría del pueblo no tiene partido. Los estudiantes son adictos a la protesta y cerrados a las ideologías. Cuando se levantan censos en la empresa privada (la oficial siempre es gobiernista) para conformar los jurados de votación, casi todos resultan apolíticos. Así lo manifiestan de palabra y así lo demuestran en la realidad. A la gente le da lo mismo que gane el rojo o el azul, y ni siquiera le tiene miedo al comunista, que antes era símbolo del terror.
Gastan el tiempo nuestros líderes incitando las pasiones sectarias de un conglomerado amorfo y apático que solo cree en la causa del estómago. Con el estómago vacío, y los hijos sin educación, y la familia sin techo y sin salud, no se puede pensar en colores. El hambre es negra.
Dejen, pues, los políticos de esforzarse en zumbones discursos que a nadie convencen y acuérdense de que al electorado sólo lo conmoverán las causas grandes. No le hablen con lenguaje demagógico, porque este se volvió intraducible. Cuando vayan a las Cámaras, los Cabildos o las Asambleas, traduzcan en hechos sus promesas.
Solo cinco representantes, según informe dado al público, cumplieron cabalmente con sus obligaciones; asistieron con rigor a las sesiones, presentaron proyectos de importancia, intervinieron en los asuntos públicos. ¿Los demás? El informe agrega que algunos no pronunciaron una sola palabra en todo el período.
El pueblo recela de quien habla mucho en las campañas, porque se acostumbró a la charlatanería política, o sea, a las mentiras sociales. Lo mismo en el panorama nacional que en el marco de la provincia, el verdadero político, al que reconoce y sigue el pueblo, es el que hace obras. No le interesa que sea conservador o liberal o socialista. Los electores buscan gente capaz, gobernantes honestos y progresistas, y al no encontrarlos, se abstienen.
Progresa, mientras tanto, la inconformidad de masas, la que crea traumatismos e impone dictaduras. Hay que temerle al pueblo pasivo y sin derroteros. Colombia pasa por preocupante crisis de valores cuando la juventud carece de ideas y solo se interesa por la perturbación de las aulas y las calles.
El maestro Echandía, filósofo de las ideas liberales, se avergüenza del liberalismo colombiano. Los más enardecidos protagonistas de la política de su partido estrellan contra él guijarros de todas las dimensiones y lo condenan por blasfemo. Pero ha dicho la gran verdad colombiana, común a los dos partidos, porque las banderas de auténtica transformación social de nuestras colectividades están recogidas hace mucho tiempo. Se necesita quién las agite, pero sobre todo quién convenza a las inmensas legiones de gente descreída.
Cosa seria le está sucediendo a nuestra democracia cuando de doce millones de electores no vota siquiera la mitad. La representación popular vive ausente porque no consigue quién la conmueva. Mientras tanto, quiérase o no, no hay quórum en Colombia.
El Espectador, Bogotá, 9-I-1980.