Remodelación de Armenia
Por: Gustavo Páez Escobar
El crecimiento vertiginoso de Armenia, no común en ciudades del mismo tipo y de la misma edad, tomó de sorpresa a los planificadores. Pocos años atrás era apenas la adolescente que, levantándose sobre las cenizas de una violencia atroz, miraba al futuro con recelo y no escasa dosis de pesimismo. Un día el maestro Valencia la bautizó como la «Ciudad Milagro», con ojo de profeta.
Puede decirse que a partir de su separación de Caldas, y ya restablecida la confianza en el porvenir, comenzó Armenia a pensar en grande. Arrancó la transformación urbana con cierto criterio de pueblo importante, pero sobre todo bajo la presión de una raza emprendedora que se propuso, hasta conquistarlo, borrar los signos de la aldea junto con los regazos de la violencia atrofiante.
En forma casi inadvertida, pero constante y vigorosa, se echaban al suelo casas destartaladas para sustituirlas por modernas construcciones y edificios airosos. Se tomó conciencia, muy rápido, de la parte estética, y bajo el comando de una respetable Sociedad de Mejoras Públicas surgieron hermosos parques a lo largo y ancho de la ciudad, no solo como los pulmones naturales de un conglomerado que necesitaba respirar sin sofocos, sino como sitios ideales para exhibir la belleza del jardín quindiano que es, en esencia, esta parcela privilegiada de la patria.
Por aquella época un arquitecto visionario venido de Pereira, su tierra natal, el doctor Jesús Antonio Niño Díaz, a quien hay que reconocerle una formidable contribución al progreso urbanístico, iba ya muy adelante en la estructura de una ciudad que no cabía en sus predios antiguos. Arquitectos e ingenieros acometieron con él la tarea de remodelar y engrandecer la aldea rezagada que, ahora sí, cada vez se acercaba más al augurio del rapsoda payanés.
Y aquí tenemos, encumbrada sobre la dura experiencia de un pasado sufrido y ansiosa de futuro, esta Armenia milagrosa que parece querer salírsenos de las manos por lo pujante y progresista. Todos los cálculos van quedándose cortos, y siempre que se elaboran nuevos prospectos, ya la ciudad se ha desbordado por otras salidas.
Cuando los servicios públicos se tornan deficientes, y no fluye el tránsito de vehículos, y se clama por vías generosas de desembotellamiento, y el casco comercial es cada vez más apretujado, algo se está desvertebrando. ¡Es el progreso! En todos los sitios se levantan casas, edificios, complejos habita-cionales. La ciudad se ve revuelta, atacada de construcciones por todos sus flancos. Hay agitación industrial, hay bríos, hay ganas de formar una real metrópoli.
Aquí habría que hacer un alto para exclamar: ¡Se nos vino encima el gigan-tismo! Existen buenos patrones de remodelación, que deben preservarse. Está bien empujar la ciudad hacia adelante y lanzarla a los aires. Están bien las torres residenciales. Pero necesitamos avenidas, y servicios públicos, y calles asfaltadas, y conciencia, en fin, de nuestras proporciones.
Es el reto que reciben las autoridades y los remodeladores de esta Armenia inalcanzable. Fíjense en el progreso urbanístico, pero sin desatender las necesidades primarias del hombre. Que siga creciendo la ciudad como una cole-giala limpia y primorosa, y que sea un lugar amable, ordenado, sin taquicardias ni lamentos. Así la consentiremos más y nos convencerá el verdadero progre-so.
La Patria, Manizales, 11-X-1979.