Veinte centavos de cultura
Por: Gustavo Páez Escobar
Los presupuestos de los últimos años han concedido para la cultura nacional, cuando más, veinte centavos por persona. Y debe admitirse que bastante se ha hecho en materia cultural, pero deplorar al mismo tiempo que continúen siendo insuficientes los recursos que se otorgan para la educación del pueblo.
Jaime Duarte French, una de las personas más positivas en esta materia, se quejaba no hace mucho de que Colombia no tenía cultura. Es cierto, y no hagamos demasiadas divagaciones para concluir que un país que derrocha tantos dineros en peculados, burocracia y toda suerte de despilfarros –¡horror de los horrores!–, mal puede tener cultura si el presupuesto nacional solo dedica veinte centavos, por cabeza, para la formación del espíritu.
Veinte centavos no sirven para nada. No los recibe el limosnero porque con ellos no remediará ninguna necesidad. El peso colombiano tampoco vale nada. Con él no logra pagarse la embolada ni el tiquete urbano en bus. La embolada cuesta veinticinco veces más de lo que el Gobierno destina al año para la cultura de los colombianos.
Las mentes apátridas que perpetraron 30 atentados contra las instalaciones de Ecopetrol, con perjuicios por $ 150 millones, no saben los males que le causan al país. Me he puesto a pensar en cuántas bibliotecas, museos, escuelas, edición de libros pueden atenderse con $ 150 millones. Me he puesto a pensar en el analfabetismo que pueden curar $ 150 millones. Pensando en esto y en muchas cosas más, hay que concluir que estamos en un país de bárbaros.
Un editorial de El Espectador contiene esta honda reflexión: “La defensa de Ecopetrol debiera ser una lección para los niños colombianos, dentro de las primaras letras». La gente no parece asimilar, en medio de tanto relajamiento moral, lo que significa el atentado crónico contra las fuentes de riqueza de Colombia. Inculcar en las mentes de los niños, desde la escuela pública, que Ecopetrol, valga el ejemplo, es símbolo de soberanía patria, es hacer cultura.
Los maestros, otra válvula rota en la incultura del país, prefieren la gritería por las calles a la formación de mentes sanas. Ellos absorben la mayor parte del presupuesto para educación, y cada vez piden más, con piedras en las manos, pero se olvidaron de orientar juventudes. ¡Tremenda responsabilidad para los maestros que ignoran que la falta de orientación para el niño es más grave que la falta de cariño!
El país no tiene cultura. Los profesionales obtienen sin esfuerzo el título de relumbrón y no vuelven a acordarse de leer un libro y menos de cultivar la vocación científica. Las premisas mentales de los doctores que no saben sintaxis ni ortografía acusan un desastroso analfabetismo. Hoy lo importante es graduarse. Ya la idoneidad no está en la persona culta sino en el diploma. Las empresas terminan equivocándose, de cabo a cabo, con los profesionales que exhiben el cartón lustroso pero sin nada por dentro. La gente no desea aprender. El esfuerzo, la mística, el ánimo de superación desaparecieron hace mucho tiempo. Por eco nuestra cultura es de veinte centavos.
Debiera existir una disposición que impusiera en las empresas media hora diaria de lectura. En cambio de tanto curso inútil, de tanto seminario de alta gerencia, de tanto lenguaje incomprensible con que nos atosigan los economistas, de tanto galimatías que confunde a la gente en lugar de adiestrarla, se necesita volver sobre la gramática, la ortografía, la educación cívica. Hoy se ignoran hasta las reglas mínimas. Pero tenemos “másteres”. Todos quieren ser profesionales. El hombre moderno no sabe expresar un pensamiento ni fabricar una frase pulida, menos un poema o un cuento. La gente no lee ni se capacita.
Las bibliotecas permanecen vacías. Las juventudes prefieren la discoteca al museo. Los estudiantes le rinden culto a la piedra, y no precisamente la piedra de los héroes. Los libros permanecen quietos. La moral está relegada, porque no se enseña, ni se practica, ni hay a quien copiarla. Los periódicos y las revistas, una de las mayores fuentes del conocimiento y guías de cultura general, se miran de afán en busca de las tiras cómicas o del partido de fútbol.
¿Exagerado este panorama? ¡En absoluto! Es la realidad palpitante que a veces trata de ignorarse y que lastima la fama de país culto. Existen personas cultas, pero son la aplastante minoría en medio de una nación que pretende hacer cultura de veinte centavos.
El Espectador, Bogotá, 7-XI-1977.