Unas brujas coléricas
Por: Gustavo Páez Escobar
Multitudes de niños irrumpieron este año desde todos los barrios de Armenia y se apoderaron de la Avenida Bolívar en un desfile que parecía bien organizado para recibir desde los balcones y las puertas de las residencias los dulces tradicionales en el día de las brujas. Niños de todas las edades, pero sobre todo menores de siete años, disfrazados con las prendas características de la fecha, le pusieron a la ciudad fisonomía de carnaval y por un momento le disiparon la dureza de esta época difícil. Estos hijos del pueblo se tomaron a Armenia de sorpresa. La gente aplaudía y se mostraba cariñosa.
Las existencias de dulces no iban a alcanzar para tanto niño que de repente y por primera vez se agrupaban sobre la Avenida Bolívar e iban desviándose por los barrios adyacentes en busca de golosinas. Poco a poco el ambiente fue deteriorándose. En corto tiempo el tráfico quedó paralizado. Buses que cruzaban por la ciudad se vieron interceptados. En media hora el infarto automotor se había extendido por las principales calles.
Madres angustiadas corrían en busca del niño que se había escapado de sus manos. El ambiente crecía en desorden y los pocos policías que caminaban mezclados con las comparsas eran insuficientes para contener el desborde general que ya se había precipitado sobre las calles. Los niños perdidos lloraban con desconsuelo. La fiesta, de un momento a otro, comenzó a ser explotada por los gamines.
Todos seguían caminando en medio del gran desbarajuste. Los dulces se iban agotando en todas las residencias. Esto de soltar a las calles miles de niños sin previo aviso y sin calcular las consecuencias, era por lo menos acto descabellado. Los vehículos no andaban ni para adelante ni para atrás y todos pretendían hacerlo al tiempo.
La fiesta, si así puede llamarse, quedó en poder de los gemines y de muchachos de mala crianza. El regreso se hizo en tropeles desenfrenados. Provistos de palos, piedra, bombas de agua y harina, se dedicaron a golpear vehículos y atropellar a los conductores. A cambio de alegría descargaban cólera. Eran unas brujas salvajes que habían convertido en caos la dulce fiesta infantil que para el año entrante nadie querrá repetir. Los conductores y peatones se protegían contra la paliza general, sin haber podido salir bien librados.
Este año la fiesta de las brujas se convirtió en Armenia en una feria de los infiernos. Los organizadores han debido prever las dificultades para controlar el ambiente que se presta para la confusión y el saboteo. Ojalá en el futuro se deje a los niños la libertad de moverse sin ahogos por las cuadras de su barrio. Así gozarán de verdad y no entre brujas coléricas que no conocen los pequeños placeres.
Satanás, Armenia, 12-XI-1977.